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Hubiera querido que el último episodio de “Mad Men” no terminara jamás. Llegué a barajar la posibilidad de ver una sola escena cada día: someterme a una dieta espartana que contuviera la grasa de un único diálogo o de una réplica solitaria, para que la última experiencia con la serie me durara, qué sé yo, un mes entero, hasta octubre, cuando la bobada ya me pareciera ridícula e insostenible.
Pero he cedido a la tentación, claro, porque estaba muy pendiente del anuncio final de Coca-Cola -¿y si todo “Mad Men” no fuera más que el proceso vital y creativo que condujo a celebrar la chispa de la vida?- y pasadas las doce de la noche, como en el cuento de Cenicienta, me he despedido de Don Draper para convertirme de nuevo en la antítesis de su éxito y de su magnetismo. Mientras él se quedaba en California encontrándose a sí mismo y encontrando nuevas mujeres de bandera, yo me iba a la camita pensando que mañana me esperaba el desempeño funcionarial y la huida cotidiana de los espejos. ¿Cuál es el sentido de mi vida y la de otros tantos?: pues que existan, como contrapesos del orden natural, hombres como Don Draper que no conocen un no por respuesta. Tan guapos y elegantes que nos importa un cojón de mico que carezcan de moral.
Si alguien hubiera colocado un micrófono en mi salón mientras yo recobraba “Mad Men” al completo, comprobaría que el silencio ambiental impuesto por mis auriculares se rompía siempre con una de estas tres exclamaciones en voz alta: “¡Joder, que tía!”, “A mí esas cosas no me pasan” y “Qué elegancia, joder, qué elegancia...”. En ellas reside el cogollo de la experiencia. Sobre todo la última: la elegancia. Porque aquí todo es elegante, y no sólo los ropajes y los estilismos con los que tanto dieron la turra en el suplemento "S Moda" de “El País”. Elegante es cómo ligan, cómo rompen, cómo negocian, cómo encienden el pitillo, cómo sirven la ginebra, cómo validan un culo, cómo piden perdón, cómo despiden a la gente, cómo la contratan, cómo cuelgan el teléfono... Cómo enfrentan la vida sabiéndose en último término triunfadores y admirados: Don Draper, y los Mad Men, y las Mad Women que se auparon sobre sus hombros.