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La Strada

🌟🌟🌟🌟🌟

Gelsomina está en edad de merecer, pero ningún hombre valora sus merecimientos. Ella es pobre, poco agraciada, medio lela, y además no sabe cocinar. En la posguerra italiana, como en la posguerra española, su destino más probable hubiera sido el convento, encargada del huerto comunal, o de la recogida de expósitos en el torno. Pero Gelsomina, que vive sin teléfono en una casa que además no figura en los distritos postales, todavía no ha recibido ningún mensaje del Señor. Su familia, enfrentada al dilema de cómo alimentar a n polluelos con n-1 gusanos, decide venderla por diez mil liras al mejor postor; y así, de buenas a primeras, en el tiempo que se tarda en meter cuatro trapos en una maleta, se descubre recorriendo las carreteras secundarias -y muchas de las terciarias- en la furgoneta de Zampano, que es un forzudo que la utiliza de figurante en sus performances pueblerinas, y que se acuesta con ella en las noches más crudas del invierno, cuando las prostitutas del lugar no están disponibles para él, o arrecia la Cuaresma en los páramos del calendario.

    Ahora que está de moda hablar de las relaciones tóxicas, La Strada podría ilustrarlas en las facultades de psicología. Pero La Strada no serviría para ilustrar el camino correcto de la liberación, de la autoafirmación de quien dice: "hasta aquí hemos llegado, bonita, o que te den por el culo, mamón". La pelicula serviría, como mucho, para advertir que a veces, simplemente, no se puede, o no se quiere, salir del laberinto. Que a veces, como Gelsomina, nos quedamos varados como ballenas en la playa, y que aunque llegan las olas que podrían devolvernos al mar, y los helicópteros que nos tienden la cuerda del rescate, nos quedamos atados al vínculo por una convicción muy íntima, intraducible para quien nos escuchaba y aconsejaba. Porque Zampano es un homínido apenas evolucionado, un hombre simple que piensa en términos estrictos de supervivencia y desfogamiento sexual. Las florituras de la vida sólo le confunden, y le despistan de su oficio. Gelsomina lo mismo podría ser para él una mujer que una burra, una muñeca hinchable que una esclava de Babilonia. O eso es al menos lo que él cree, tal vez embrutecido sin remedio por la pobreza. 

Ya será demasiado tarde cuando descubra que ese mariposeo que sentía al despertar junto a Gelsomina, o al rematar con ella una función, era el amor que él creía tonterías de las novelas que nunca leía.




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Las noches de Cabiria

🌟🌟🌟🌟🌟

Cuando Cabiria hace la ronda nocturna por las calles de Roma, suena una música bellísima y jovial de Nino Rota que hoy en día, al espectador del siglo XXI, le chirría un poco en el espíritu crítico de la prostitución. Cabiria es una prostituta de bajo escalafón, de las que esperan en el arcén de la carretera o en la acera mal iluminada. Y aunque tiene casa propia en un descampado de las afueras, y puede considerarse una privilegiada en comparación con otras que malviven chuleadas y no tienen donde caerse muertas, es indudable que preferiría no alquilar su cuerpo por un puñado de liras manoseadas.

 Ella misma, en los momentos de abatimiento, expresa su deseo de encontrar un hombre honrado que la saque del oficio, y tal vez formar una familia con él, y vivir en un piso de nueva construcción en el barrio populoso, que eran los sueños habituales en la Italia de la posguerra. Como lo eran, también, en la España paralela, en la otra posguerra, en aquel mundo donde casi ninguna mujer tenía estudios, ni negocios propios, ni espíritu independiente, y el futuro dependía de la buena o mala fortuna a la hora de escoger -o ser escogida- para el matrimonio.

    Han pasado 60 años desde que Fellini nos contara la historia de Cabiria y en realidad la prostitución está más o menos como estaba, más allá de nuestra sensibilidad recién conquistada. Supongo que es cuestión de tiempo, labor de generaciones, conquistar un mundo feliz sin prostitutas, aunque uno sospecha que a esta prostitución evidente y sucia le seguirá otra mucho más aséptica e indetectable.  

    Lo que es seguro -y este es el otro gran tema de Las noches de Cabiria- es que los pobres seguirán odiándose entre sí, estableciendo clases y subclases entre los desheredados y las desharrapadas. Que nunca van a unirse en la causa común que un día propusiera el abuelo Marx. La misma Cabiria no quiere saber nada de redistribuciones de riqueza, ni de votos al Partido Comunista que arreglen el desaguisado. Ella aspira a abandonar la pobreza, no a solucionarla, y a sus compañeras de infortunio, que las den morcilla, por no decir lo otro peor... Cabiria quiere hacerse rica en un golpe de fortuna para luego, pasados los años, pasearse por el barrio a mirar por encima del hombro, con aires de triunfadora, con un chaleco de piel que ya no será falso, sino verdaderamente animal, bien sangrado, para tirria de las que no supieron o no pudieron salir del agujero. Las pobretonas. La chusma de las calles. 

Una obra maestra, por cierto.



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