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Frasier. Temporada 7

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Se nota, ay, para mi desconsuelo de feligrés, que las temporadas de “Frasier” van perdiendo fuelle según avanzan. Como todo en la vida, supongo. El mismo cuerpo que ahora se derrumba en el sofá ya no es el mismo que empezó este ejercicio de la nostalgia. Y solo han transcurrido unos meses, apenas dos inviernos que pasaron volando por mi salón como murciélagos que se colaron, pero que han dejado su legado habitual de estropicios: me han salido salpicaduras de viejo en los brazos, y más canas en los cojones resobados, y hasta las vértebras rechinan con un nuevo estertor al cambiarme de postura. Y las jodiendas del amor, claro, que no jodidas, ay, y que han dejado su herrumbre en -vamos a llamarlos así- los procesos atencionales. 

Los mismos creadores de la serie ya advertían en los extras de un DVD, allá por la segunda temporada: “Jamás alcanzamos un nivel parecido...”. Y es verdad, y se les agradece la nobleza. De hecho, uno de ellos, David Angell, murió poco después en el atentado contra las Torres Gemelas como castigo divino a su honradez. Las cosas de Yahvé.

El tiempo es la carcoma de la vida real y también de las vidas ficticias. Cuando Frasier Crane se alejó de los estudios de la KACL pasó a ser un personaje secundario dentro de su propia serie, y eso siempre es raro y altera los equilibrios. El capitán se fue a dormir y los marineros tomaron el barco... Menos mal que en esta 7ª temporada su hermano Niles y Daphne Moon -la mujer del cuerpo pluscuamperfecto- mantienen el interés con los equívocos sexuales y los amores contrariados. Incluso en su decadencia, “Frasier” sigue siendo una serie para gente que se considera inteligente. Pero eso, ay, también es como no decir nada: yo mismo conozco a cenutrios y cejijuntas que se parten la caja con “La que se avecina” y también se consideran más inteligentes que los demás. El que esté libre de soberbia que lance la primera piedra. Estamos todos locos.




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Posibilidad de escape

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En las películas de Paul Schrader nunca existe la posibilidad de escapar. Escapar de uno mismo y del destino, se sobreentiende. El nombre de Schrader, en los títulos de crédito, funciona como un spoiler que anuncia grandes penalidades. No es que adivines el final en un alarde de clarividencia, pero ya sabes que todo va a terminar como el Rosario de la Aurora. No hay personaje suyo que se salve; o yo, al menos, no lo conozco. Todas sus criaturas nadan como salmones para remontar las circunstancias pero mueren justo al llegar a la orilla, maldiciendo su suerte o su propio carácter. Cagándose en las circunstancias o en las gentes que no le ayudaron. Tanta pasión para nada, como decía Julio Llamazares.

Las películas de Paul Schrader, aunque hablan de tipos pintorescos que se ven muy poco por la Meseta, a no ser que hagan el Camino de Santiago o vengan a predicar la fe de los mormones, son... como la vida misma. En el cine a veces triunfan los sueños de colorines y los giros de la fortuna. Pero a este lado de las pantallas nadie escapa a su propia profecía. Todo está en las Escrituras, como dijo el último profeta, y en la primera aparición de Willem Dafoe ya sabes que este tipo -aunque camine muy ufano por las aceras de Nueva York con su traje carísimo y su bufandita de pijoleto- está condenado de antemano, atrapado en su destino insoslayable. El tipo vende droga a clientes exclusivos, de barrio bueno, o de hotel carísimo, y solo por encima de la planta 37 de los edificios. Menos de eso, para el señor Dafoe y su socia Susan Sarandon, ya es clientela menor, purria de Nueva York, adictos al crack y otras mierdas menores que ellos ni siquiera tocan.

Dafoe se lo monta dabuten. Gana pasta, frecuenta garitos de moda y no parece faltarle la compañía femenina. Pero su pasado, como el pasado de todos nosotros, le persigue. El pasado nunca se queda atrás del todo: se queda ahí, haciendo la goma, como un ciclista desfondado que sin embargo nunca desfallece. Por más que aceleres siempre escuchas su torpe jadear. Y al llegar el descenso vuelve a pegarse a tu rueda provocando un accidente de la hostia.





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