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Philadelphia

🌟🌟🌟🌟


Hace 30 años, en la sociedad biempensante, eran muchos los que aplaudían que el Vaticano y la CIA se hubieran conchabado para crear un virus que castigara con la muerte a los maricones. "Se lo tienen bien merecido", recuerdo que decían en los púlpitos y susurraban en los bares, acusándoles por andar por ahí, besándose a la vista de los niños, y desperdiciando su semen en concavidades no aptas para la vida. Por ofender al niño Jesús cada vez que guiñaban un ojo en el bar de ambiente de su pueblo. 

Jamás hubo, por supuesto, pruebas de semejante alianza, como nunca las hubo de que los chinos esparcieran el coronavirus para trastocar las redes del comercio internacional, pero la verdad es que si Woodward y Bernstein hubieran destapado un acuerdo estratégico entre el poder terrenal y el poder de los cazabombarderos a nadie le hubiera sorprendido la mandanga (aunque en el empeño vírico hubieran caído unos cuantos solados del propio bando, entre ellos cantidades no desdeñables de servidores nefandos del Señor).

Porque “Philadelphia” –y no “Piladelpia”, tonto, como decía aquel anuncio de la tele- no va de un trabajador al que discriminan por estar enfermo de SIDA, sino por ser lisa y llanamente un invertido. O sea: un bujarrón, un sarasa, un afeminado, un mariquita, un julandrón, un julay, uno de la acera de enfrente, un mariposón... Había decenas y decenas de sinónimos para elegir en el habla coloquial allá por 1993. Tantos como ahora, me imagino, aunque ya apenas las usemos porque la sociedad civil ha adelantado casi tanto como las ciencias de don Hilarión, y todo este escándalo de hombres que prefieren hombres y de mujeres que prefieren mujeres ya nos da un poco como la risa. “Philadelphia” es una película que se ha quedado muy moderna en las formas pero muy viejuna en los fondos. Aunque si hablamos de respeto y de tolerancia, esas cosas conviene repasarlas de vez en cuando.

(Pero claro: estoy hablando de la sociedad civil, no de la incivil, que creíamos casi exterminada, reducida a cuatro guetos de anormales y de cuñados fascistas, y ahora fíjate: cada vez tienen más diputados en los parlamentos y más voceros en los bares. Vuelven los bárbaros y amenazan con cruzar las orillas del Delaware). 





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Magnolia

🌟🌟🌟🌟🌟

Dentro del átomo, los electrones giran alrededor del núcleo en una órbita estable que podríamos llamar estado de felicidad. Allí podrían pasar eones y eones si no fuera porque a veces son golpeados por una partícula energética que se cruza en el tiovivo: un ángel flamígero que viajando a la velocidad de la luz los expulsa de ese paraíso previsible y circular.

Las electrones desafortunados pasan a vagabundear territorios inhóspitos que no les corresponden, errando en espirales que les ponen nerviosos y cariacontecidos a la espera de que otro choque -esta vez afortunado- les devuelva a la zona de confort. Hay mucho de ciencia en todo esto, pero también mucho de azar, que es ese espacio indeterminado que la ciencia todavía no puede explicar. Son las casualidades inauditas, y las regiones de incertidumbre, que también se producen en el mundo macroscópico de los seres humanos.

    Todos los personajes de “Magnolia” -por ejemplo- también viven fuera de su órbita placentera. En algún momento de su pasado se sintieron congraciados con la vida dando vueltas alrededor de una persona amada, o de un trabajo edificante. Pero ellos, como los electrones malhadados, también sufrieron el choque con alguien que los descentró, que los expulsó de su pequeño paraíso. Una pura mala suerte, o un destino trágico que buscaban con ahínco. Ahora caminan por la vida con el ánimo por los suelos, y con la desazón instalada en el espíritu. Mientras esperan que el efecto mariposa les cruce con esa persona que les devuelva la alegría, los personajes de “Magnolia” pasan el tiempo presentándose a concursos, drogándose hasta las cejas, dando conferencias sobre la supremacía de las pollas... Son distintas formas de matar ese tiempo de las dudas. Unos dudan al cuadrado y otros se inventan certezas para no sufrir más.

Cuando esa persona especial golpee sus vidas, ellos por fin despertarán de su letargo, de su atonía, de su falsa vida de muertos vivientes, y en la alegría del retorno emitirán una sonrisa, o un llanto muy liberador. Es la física de la felicidad.





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Todos los hombres del presidente

🌟🌟🌟🌟🌟

Todos los hombres del presidente es una obra maestra. Pero no estoy seguro de que sea exactamente una película. Woodward y Bernstein son dos personajes sin contexto. Les conocemos aporreando la máquina de escribir y les despedimos mientras siguen aporreando la máquina de escribir. Nunca van a casa. Nunca toman un café para hablar sobre deportes o sobre mujeres. Nadie nos presenta a sus parejas, a sus hijos, a sus cuñados que votan al Partido Republicano... No sabemos dónde viven, qué estudiaron, cómo llegaron a la redacción del Washington Post.

     A Todos los hombres del presidente se la soplan tales minucias. Su guión va a saco, sin cuartel, la meollo de la investigación. Y todo lo demás es estorbo y despiste. La película es el relato implacable de una persecución, de una caza. Un documental, en definitiva. Un episodio de El hombre y la tierra en el que dos lobos de instinto afilado deciden colaborar para seguir el rastro de un tal Howard Hunt que aparece en las agendas de los intrusos del Watergate. Dos lobos ambiciosos, infatigables, todavía jóvenes, que poseen una jeta de hormigón armado que lo mismo les sirve para dar el coñazo al redactor jefe que para sonsacar información a las mujeres que les abren tímidamente la puerta. Dos tipos metódicos que huelen la sangre de los políticos y de sus fontaneros a kilómetros de distancia, y que no se conforman con las piezas de menor importancia, sino que prefieren beber litros y litros de café a la espera de que caiga el ejemplar más nutritivo de la manada, un ciervo alfa llamado Richard Nixon que pace muy confiado en los jardines de la Casa Blanca.



    Uno se imagina la película narrada por la voz en off de Félix Rodríguez de la Fuente en un audiocomentario del DVD y la cosa no parece muy disparatada. Washington como un bosque del ecosistema ibérico donde tiene lugar la caza silenciosa del presidente de los Estados Unidos. Y el propio Félix, o alguno de su colaboradores, haciendo el papel de Garganta Profunda, guiando a los lobos por el bosque cuando parecen haber perdido la pista, y se quedan confusos ante el arroyo, o ante la tierra removida.




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