Boogie Nights
La habitación de al lado
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Tengo la impresión de que Almodóvar ya sólo rueda películas para que se vea que es un tipo cultísimo con gustos exquisitos. La metamorfosis completa del provocador de La Movida... Pues bueno: yo también sé reconocer un cuadro de Hopper cuando lo veo, y conozco el monólogo final sobre la nieve de “Dublineses”, y hasta sé que hubo una pintora llamada Dora Carrington porque una vez vi una película con Emma Thompson que la interpretaba. Y ya ves: vivo en la provincia y soy un funcionario de lo más gris y secundario.
Es como si Almodóvar aprovechara cualquier resquicio de sus tramas -o más bien, como si construyera las tramas alrededor de los resquicios- para que se vea que ha dejado muy atrás las cáscaras de gambas y las batas de boatiné. Y es una pena, la verdad, porque sus películas más transgresoras o más apegadas al terruño siempre fueron las preferidas de todos los defraudados que ya sólo vemos sus películas para sostener una opinión ante la avalancha publicitaria y la monserga en las tertulias.
Cuando Almodóvar defiende una causa en las conferencias de prensa o en las entrevistas para El País yo casi siempre estoy de su lado. Si el mundo se divide en barricadas él, desde luego, combate a nuestro lado. El problema es que su discurso, en las películas, está metido con calzador. Casi nunca viene a cuento y además es contradictorio, porque lo defienden ultrapijos liberales y ultrapetardas ensimismadas. En eso, “La habitación de al lado” es la quintaesencia del nuevo Almodóvar, un personaje pedante, redundante, sofisticado, internacional... Progre pero altanero. De izquierdas, pero fascinado por el estatus.
¿El paisanaje de la película?: pijas cultísimas y maromos supersensibles. ¿El paisaje?: unos apartamentos de lujo y una casa en el campo para flipar. En el nuevo mundo de Almodóvar ya no hay ruidos de tráfico ni mochufa molestando. Tilda Swinton y Julianne Moore ni siquiera hacen ruido al masticar las barritas de zanahoria. Viven en un mundo tan límpido que casi parece imaginario. El cielo antes de la muerte, quizá.
Secretos de un escándalo
🌟🌟🌟
1. Leo en un relato de David Sedaris que la edad mínima recomendable de tu pareja se calcula dividiendo tu edad entre 2 y luego sumándole 7.
Por tanto, Y≥X/2 +7 es la ecuación de lo razonable si no quieres que el salto generacional se convierta en un abismo de incomprendidos. En mi caso, por ejemplo, que tengo 52, tendría que detener las miradas de deseo en el piso 33, que es la edad de Cristo, pero también la edad de las resurrecciones. No sé... Me da que las matemáticas van por un lado y la realidad por el otro.
2. En el caso real que alimenta “Secretos de un escándalo”, Mary Kate, de 36 años, tendría que haberse enamorado de un muchacho de 25 siguiendo la misma razón algebraica. Pero Mary Kate -y de ahí viene el escándalo- se enamoró de un alumno que tenía 13 años, lo que es no sólo extraño, sino además ilegal. No enamorarse en sí, que eso es muy libre, sino acariciarle el pene con ternura. Para él, claro, miel sobre hojuelas; para ella, la cárcel y la vergüenza.
3. Es mejor no preguntarse qué película saldría de aquí si intercambiáramos los géneros de los amantes...
4. La historia es un dramón para todos los implicados. Unos morirán de pena el primer día y otros algo después. Mary Kate sabe que tarde o temprano será sustituida por una mujer más joven porque el deseo de los hombres es tan previsible como los equinoccios. ¿Pero qué significará para Vili buscarse una mujer más joven? ¿Una mujer de su misma edad?
5. Hay un personaje que no puedo quitarme de la cabeza: el marido abandonado. Pobre paisano... Si ya es triste que tu mujer te abandone por otro hombre -o por otra mujer- imagínate ser sustituido por un chaval de 13 años que todavía juega con sus maquetas de Star Wars.
6. Natalie Portman ya no es la mujer más guapa del mundo, pero sí es, con diferencia, la mujer con 43 años más guapa que conozco. Está diez años por encima de mi incógnita Y, así que aún no pierdo la esperanza. Dicen que quien tuvo retuvo, pero Natalie, como nunca tuvo nada -porque su cuerpo es el de un pajarillo celestial- no tiene que retener su belleza para que yo siga enamorado.
Magnolia
Dentro del átomo, los
electrones giran alrededor del núcleo en una órbita estable que podríamos
llamar estado de felicidad. Allí podrían pasar eones y eones si
no fuera porque a veces son golpeados por una partícula energética que se cruza
en el tiovivo: un ángel flamígero que viajando a la velocidad de
la luz los expulsa de ese paraíso previsible y circular.
Las electrones desafortunados
pasan a vagabundear territorios inhóspitos que no les corresponden, errando en espirales
que les ponen nerviosos y cariacontecidos a la espera de que otro choque -esta
vez afortunado- les devuelva a la zona de confort. Hay mucho de ciencia en todo
esto, pero también mucho de azar, que es ese espacio indeterminado que la
ciencia todavía no puede explicar. Son las casualidades inauditas, y las regiones
de incertidumbre, que también se producen en el mundo macroscópico de los seres
humanos.
Todos los personajes de “Magnolia” -por
ejemplo- también viven fuera de su órbita placentera. En algún momento de su
pasado se sintieron congraciados con la vida dando vueltas alrededor de una
persona amada, o de un trabajo edificante. Pero ellos, como los electrones
malhadados, también sufrieron el choque con alguien que los descentró, que los
expulsó de su pequeño paraíso. Una pura mala suerte, o un destino trágico que buscaban con ahínco. Ahora caminan por la vida con el ánimo por los
suelos, y con la desazón instalada en el espíritu. Mientras esperan que el
efecto mariposa les cruce con esa persona que les devuelva la alegría, los
personajes de “Magnolia” pasan el tiempo presentándose a concursos, drogándose
hasta las cejas, dando conferencias sobre la supremacía de las pollas... Son
distintas formas de matar ese tiempo de las dudas. Unos dudan al cuadrado y
otros se inventan certezas para no sufrir más.
Cuando esa persona
especial golpee sus vidas, ellos por fin despertarán de su letargo, de su
atonía, de su falsa vida de muertos vivientes, y en la alegría del retorno
emitirán una sonrisa, o un llanto muy liberador. Es la física de la felicidad.
Hannibal
Ha envejecido muy mal, Hannibal. O quizá soy yo, también, el que ha envejecido muy mal con ella. Han llovido tantos crímenes desde entonces, tantos gores que impactaban, tantas sanguinolencias que salpicaban… Nos hemos curtido la piel, o nos hemos aburrido de la truculencia, ya no sabría qué responder. Lo que hace diecisiete años –¡dios mío, diecisiete años…!- era una secuela más que digna de El silencio de los corderos, con Hannibal Lecter por fin de personaje principal, Clarice Sterling teñida de un pelirrojo muy sexy, y Ray Liotta mostrando su inteligencia en la inmortal escena de la casquería, ayer por la noche, en nostálgica sesión, cuarentón largo el uno y cuarentona corta la otra, se convirtió en una película de dudosa coherencia, de ocurrencias casi risibles, indignas de tan memorables guionistas que firman el libreto.
Suburbicon
Después de ganar la II Guerra Mundial, el sueño americano de comprar una casa se fue pareciendo cada vez más al sueño colectivista que imaginaron los comunistas rusos o los nazis alemanes. Con la economía a todo trapo y las ayudas del gobierno puestas en marcha, los currantes americanos se compraron una casa en las afueras y un coche utilitario para ir y volver al trabajo o al centro comercial. Se instalaron en los suburbios para vivir en comunidades uniformes y bien avenidas. Todas las casas eran parecidas, y todos los céspedes tenían la misma extensión. La propaganda nazi que mostraba a rubísimos arios con su casa unifamiliar, su huerta propia y su Volkswagen aparcado en la puerta, no era muy diferente de los anuncios que poco después vendían casas en los parajes de Pensilvania o de Oklahoma. Los macartistas sospechaban con razón que todo aquello olía a europeísmo solapado. Quizá fue la única vez que acertaron en su diagnóstico.
El gran Lebowski
Dos mil años después de que Jesús predicara en el lago Tiberíades, nació, en la otra punta del mundo, otro profeta que también predicaba la paz fraterna y el amor universal. La concordia entre los pueblos. El hombre se llamaba Jeff Lebowski y fue apodado el Nota. En sus tiempos de juventud, en la Universidad, mientras otros se aislaban en sus estudios y se preocupaban por el futuro, él salía de manifestación con una pancarta en la mano y con un porrete en la otra, para protestar contra la guerra de Vietnam. El Nota dio su ejemplo, tuvo sus discípulos, predicó entre las gentes, pero su mensaje se diluyó entre tantos profetas similares. California, en los años setenta, era como la Judea del siglo I: una tierra propicia para el sermón y para la revuelta.
Vania en la calle 42
A single man
Siempre Alice
Maps to the stars
Game Change
Game Change es un telefilm de HBO que nuestras televisiones gratuitas jamás estrenarán, y que cuenta la carrera electoral de Sarah Palin como candidata a la vicepresidencia de los Estados Unidos. Julianne Moore -mi Julianne, la actriz descomunal de los mil registros y los mil cabellos pelirrojos- da vida a esta inclasificable mujer que siendo medio lista y medio lela, medio estúpida y medio bruja, a punto estuvo de colarse en la Casa Blanca para provocar la carcajada y el caos entre sus queridos compatriotas.