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El fin de la comedia. Temporada 2

🌟🌟🌟🌟🌟

Dos años después de sus primeras andanzas por los límites de la comedia, el ingenioso cómico don Ignatius de las Canarias sigue buscando el ideal caballeresco por los barrios antiguos de Madrid. 

Ignatius está viviendo ahora una edad de oro profesional gracias a sus colaboraciones en la radio y a sus apariciones en la tele. Al calorcillo de la fama, los garitos nocturnos donde él se desnuda en cuerpo y alma se van llenando de mujeres curiosas y de jovencitos confusos que esperan expectantes un exabrupto que habrá de escandalizar a los tirios y de ofender a los troyanos. Y entre medias un “¡all right!”, y un grito sordo, y un “fascismo del bueno” coreado a voz en grito por la concurrencia.

Fuera de los escenarios, sin embargo, Ignatius sigue siendo un pobre hombre que aún no levanta cabeza en su vida personal. Ignatius, entre otras cosas, padece esa maldición bíblica que muchos otros también sufrimos en silencio: la de tener un aspecto físico que no se corresponde en absoluto con la verdad de nuestras entrañas. A uno, por ejemplo, se le ha ido quedando con los años una pinta de cardenal que nada tiene que ver con el espíritu libertino y revolucionario que vive encerrado en su interior. Y al pobre Ignatius, por su parte, que es un bonachón y un pedazo de pan, se le ha quedado una apariencia de orate escapado de un sanatorio mental con muy poco cuidado con las puertas. Y los conciudadanos, claro, se inquietan con su contacto, y él lo nota, y se siente abrumado por su timidez, y al final todo es un despropósito de consecuencias tan graciosas como funestas. La comedia...

Ignatius Farray es un osito de peluche con apariencia de oso grizzly que no termina de encontrar su lugar en el mundo. Un incomprendido de la vida que sólo quiere vivir sin molestar a nadie: ganar dinero, conquistar mujeres, hacer favores a los vecinos... No pasar más de largo y servir para algo. Pasar muchas horas con su hija. Un poco como la buena gente que sigue la serie y se reconoce en él, y se descojona con sus aventuras.




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Muchachada Nui (tres temporadas)

🌟🌟🌟🌟


Han pasado quince años desde que terminó el experimento de “Muchachada Nui” en Televisión Española. No recuerdo los datos de audiencia, pero supongo que serían ridículos, apenas cuatro gatos congregados en el Callejón de las Risotadas. España no estaba preparada -ni lo sigue estando- para comprender a unos surrealistas venidos de Albacete. España sigue siendo Joaquín el del Betis y Leo Harlem hablando de cocidos madrileños.

Yo reconozco que tampoco estuve ahí todos los días, al pie del cañón que chananteaba. Cuando llegan las copas de Europa me cierro en un caparazón y ya no atiendo a nada más en televisión. Pero cuando veía el programa me reía tanto que una vez, en las Rebajas de El Corte Inglés, en la sección de Cine que ya ha dejado de existir, compré los DVD para verlos pasado el tiempo y hacer un estudio sociológico.

“Muchachada Nui” ha envejecido en algunas cosas, pero lo bueno sigue siendo muy bueno y al final ha resultado incluso profético. Todos nos hemos convertido, por poner un ejemplo, en Enjuto Mojamuto. La tecnología ha reducido el tamaño de su PC hasta meterlo en un bolsillo y ya nos pasamos la vida conectados a internet y descargando gilipolleces. Joaquín Reyes también predijo que algún día las celebrities hablarían todas con el mismo acento de Albacete. Y es verdad: bajo la supervisión de los community managers todas hablan exactamente igual y todas dicen exactamente lo mismo. 

¿Y los garrulos como Marcial Ruiz Escribano? Ahí siguen, reproduciéndose en la España vaciada y silenciosa. Hace veinte años parecían una especie en peligro de extinción y ahora mira tú: cada vez hay más. En La Pedanía, de hecho, ya se autorizan cacerías de paletos para controlar su población. Los garrulos ahora van todos sin boina y con el teléfono pegado a la oreja, pero son la misma especie que un día cruzó los Pirineos huyendo de los cromañones.





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Un novio para mi mujer

🌟🌟🌟


A veces tienes que dejar a una persona -o hacer todo lo posible para que ella te deje a ti- para comprender que en el fondo no puedes vivir sin ella. Es una situación terrible, primero porque quedas como un gilipollas, y segundo porque a veces ya no hay camino de retorno.

En esos casos, el alivio que sobreviene tiene una duración variable. Puede durar un día, un fin de semana, un mes de libertades. La soledad reconquistada promete montes llenos de orégano. Imaginas días enteros a gusto contigo mismo, sin discutir, o aventuras eróticas que ofrecen sexo sin tener que pagar un peaje espiritual. Una carnalidad deshumanizada -objetual, que dirían los filósofos- pero muy tranquila y beneficiosa para los nervios. Nueve de cada diez terapeutas recomendarían sexo sin futuro y pleno de carcajadas. Si eres capaz de encontrarlo, claro, que está la cosa muy jodida... La vida sin tu pareja puede parecer el Paraíso Terrenal, la Tierra Prometida, pero no lo es si de verdad estabas enamorado y comprendes que has metido la pata hasta el corvejón.

Es lo que le pasa a Diego Martín en “Un novio para mi mujer”, que es exactamente lo mismo que le pasaba a Adrián Suar en la película argentina del mismo nombre, de la que han hecho este remake que  apenas aporta nada: solo la presencia de Belén Cuesta, que nos gratifica, y la calvorota de Joaquín Reyes, que nos deja pensativos sobre los estragos de la edad. 

Sucede que Diego se precipita, se ofusca, ya no ve otra solución que la ruptura definitiva. Lucía se le ha vuelto insoportable, pesadísima, como un café malo que te jode la digestión desde el desayuno. Su pequeña locura ya no es graciosa, ya no estimula, ya no es la fuente de sorpresas inspiradoras. Su locura se ha vuelto una jodienda continua de manías y reveses, gritos y contradicciones. Lo bueno ya no compensa lo malo, y Diego ha decidido dejar de sufrir. 

Lo tiene muy claro, pero apenas tardará unos días en comprender que su sufrimiento no era tal, sino el precio que había que pagar por estar junto a ella. Nobody is perfect, y conviene recordarlo.




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