El fin de la comedia. Temporada 2
Gente en sitios
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Gente en sitios... Eso es lo que somos: gente en sitios. Y poco más. El título vale para esta película y también para todas las demás. Incluso para la vida real, que también es gente en sitios. Hace un rato yo era gente que estaba en su sitio viendo la película. Y así todo.
Es un resumen de la vida en tres palabras misteriosas: gente en sitios... El devenir de los humanos y la madeja de los destinos. Está todo ahí. Y también la nada. La nada que somos. Despojada de adjetivos y de palabrerías, la vida es tan simple como eso: gente en sitios. Si prescindimos de la literatura y del arrebato, solo somos gente que pulula y luego descansa. O gentuza. Gente que nace y mata, que construye y destruye, que folla los sábados por la noche o reza los domingos por la mañana. Gente en sitios, públicos o privados, haciendo cosas o jodiendo la marrana. Produciendo o molestando. Desproduciendo.
Qué será, dentro de nada, esta pesada Navidad que ya se anuncia en los supermercados, sino gente en sitios, aunque casi toda desubicada y fuera de lugar, en casa de mamá o en casa del cuñado, contando las horas para volver al sitio propio, al hogar donde uno puede darse la razón y poner los cojones encima de su mesa.
Gente en sitios... Es una idea enigmática, pura, casi oriental. Un haiku uni-versal de los japoneses
“Gente en sitios”, la película, es una sucesión de sketches con gente rara sorprendida en lugares comunes. Como espectador a veces sonríes y a veces te rascas la cabeza, desubicado. Es difícil saber qué pretendía Juan Cavestany con esta sucesión de surrealismos chanantes. Pero te queda un poso, un provecho, un algo indefinido sobre lo estúpido e impredecible de la gente. Un desasosiego. Hay algo muy turbio en “Gente en sitios”. Una misantropía soterrada. Una advertencia del peligro que nos acecha en cada esquina. No salgas a la calle cuando hay gente, cantaban los Golpes Bajos.
Aupa Josu
🌟🌟🌟🌟
Antes de Juan Carrasco existió Josu Zabaleta. Si el tontolaba de Juan era Ministro de Agricultura en Madrid y nos partíamos el culo con él, nuestro Josu -no menos ahostiable y achuchable- es Consejero de Agricultura en Euskadi y también nos partimos la caja de la risa.
No sé qué tienen Juan Cavestany y Diego San José contra los departamentos de agricultura... Será que les vienen de perlas porque nadie es capaz de nombrar a estos tipos, o a estas tipas, en una encuesta callejera:
- ¿Conoce usted el nombre de la Ministra de Agricultura, Pesca y Alimentación?
- Ni puta idea, oiga.
Puede que ese anonimato ancestral- que es siempre el mismo gobierne quien gobierne- tenga que ver con que las cosas del campo siempre dependen de los meteoros o de Bruselas, que son dos agentes caprichosos e incognoscibles. El primero porque está sujeto al caos atmosférico que gobierna los cielos, y el segundo porque depende de que treinta países se pongan de acuerdo en la producción del pepino. Así que podrían sentarme a mí en el escaño del ministerio o de la consejería que daría un poco igual. Un asesor de imagen y un subsecretario que administre el día a día, y hala, p’alante, a codearse con los ministros importantes, los que llevan la sanidad, y la educación, y la cosa de los pepinos explosivos, más decisivos y acojonantes que los pepinos de la huerta.
Josu Zabaleta es la mediocridad hecha carne con bigotón. Otro político berzotas, medio listo y medio lelo, que fuera de la estrecha pecera de su partido se ahogaría en cuestión de veinte segundos. Yo ni siquiera sabía que “Aupa Josu” existía hasta que el otro día me dio por bucear en la filmografía -y seriografía- de Borja Cobeaga. Allí apareció este episodio piloto de una serie que nunca se llegó a rodar. Dicen que es porque el tema de ETA aún era espinoso y urticante. Yo creo que el escándalo estaba en retratar a los políticos como Francisco de Goya retrató a los Borbones: con esa cara de memos tan risible pero dramática.
Sentimos las molestias
🌟🌟🌟
Aún me quedan 20 años
para llegar a estas ancianidades de “Sentimos las molestias”. Y eso con
suerte... Pero no es lamento de previejo, o de quejica profesional: es una
prevención estadística, nada más. Hay unas tablas, unas estadísticas, unas
esperanzas de vida... Por otro lado estoy viendo la segunda temporada de “Frasier”
y me siento mucho mejor que el doctor Crane con diez años de más: más lúcido,
más en forma, más... Si hay una procesión del infortunio, ésta va por los
adentros, recitando su letanía.
Pero aunque me falten dos
décadas para estar como Resines y Rellán -la doble R del sonotone, de la Viagra,
del hueso rechinante en cada levantarse del sofà- conviene ir haciendo una
visita por esas edades para tomar conciencia del futuro. No es que uno no sepa,
o que no tenga seres queridos, pero yo, las cosas, hasta que no me las explican
en una ficción, es como si no terminara de creérmelas del todo. Si las personas
cabales buscan certezas en la realidad, yo, atravesado de nacimiento, perdido
para siempre en la otra dimensión, necesito que la pantalla del televisor me diga
que sí, que en efecto, que las cosas son así. Que dentro de unos años me espera
la pitopausia con todas sus complicaciones y también con todas sus
simplicidades. Hay jodiendas que aparecen y jodiendas que, de pronto, se
esfuman en el aire.
Digo esto porque a Resines
y a Rellán les pasan muchas cosas en la serie -tontas y serias-, pero la mayor
parte de sus tribulaciones provienen de aquel verso de Franco Battiato que últimamente
repito mucho en los escritos:
“Y los deseos no
envejecen
a pesar de la edad”.
A ellos también les pasa,
y ahí se dan presos, como diría Rafael Azcona, que hablaba del alivio que le supuso
la pérdida del deseo. El tiempo que se ahorraba, y las energías que reconcentraba.
Maneras de verlo. Dentro de 20 años ya emitiré una opinión.
Un efecto óptico
Hace dos semanas, en Sopa de ganso, en este mismo televisor, Rufus T. Firefly decía de Chicolini: “Es posible que hable como un idiota, y que parezca un idiota. Pero no se llamen a engaño: es un idiota”. Es exactamente lo mismo que pasa con esta película, “Un efecto óptico”, la nueva ocurrencia de Juan Cavestany: que parece una idiotez, y rezuma idioteces, pero en el fondo no nos engaña: es una idiotez.
Eso lo sabemos todos los espectadores de sofá y mantita,
que tardamos unos veinte minutos de media -yo, como soy más lerdo, tardé diez
minutos más- en comprender que nos están tomando el pelo. Que esto no es una “narración
metafílmica”, ni una “fragmentación del lenguaje cinematográfico”, ni
gilipolleces así que nacen del cerebro enfermo de los críticos. “Un efecto óptico”
es una memez, una cosa que pretende ser como de David Lynch y no le llega,
vamos, ni a la altura del tobillo. No te ríes con los personajes, no te inquietas,
no sufres, no empatizas... Básicamente te la sopla lo que les pase a estos dos
burgaleses visitando ese Nueva York que a veces es Madrid y a veces Burgos otra
vez, en un juego absurdo y gilipollesco. “Es que la película está mal rodada”,
dice el personaje de su hija. Ni tanto, querida, ni tanto...
Sin embargo, ya digo que la crítica oficial -que son los
espectadores de festival, de pase de prensa, de estreno con azafatas y canapés-
dicen de “Un efecto óptico” muchas cosas altisonantes y escolásticas, como si
esto fuera un producto cultural sólo al alcance de las mentes preclaras e
instruidas. La pose de los culturetas... Donde hay un personaje idiota que
habla como un idiota y parece un idiota, ellos, sólo por contradecir, por
dárselas de no sé qué, te sueltan que han encontrado a un tipo que desestructura la
realidad. Pues bueno... Cavestany, cuando hace series para televisión -supongo
que rodeado de buenos guionistas- hace joyas del humor como Vergüenza, o
como Vota Juan. Geniales. Pero cuando da rienda suelta a sus desestructuraciones
le salen cosas así, indefinibles, pedantes, y muy aburridas.
Vota Juan
No me molesta que Vota Juan sea un refrito de Veep cocinado a la española. Bienvenido sea el homenaje ibérico, la traducción al vernáculo. ¿Por qué no? La genialidad de Armando Ianucci puede ser cultivada en cualquier clima donde crezcan políticos de medio pelo, asesores merluzos, estrategas gilipollas, periodistas paniguados y, por supuesto, votantes sin criterio. O lo que es lo mismo: casi en cualquier lugar del mundo.
Vergüenza. Temporada 3
Vergüenza. Temporada 2
"En el cine, como en el teatro, no hay más que un argumento: un hombre encuentra a una mujer. Si follan, es una comedia. Si no, ¡es una tragedia!”
Vergüenza. Temporada 1
Gente de mala calidad
Me gustaría encontrarme cara a cara con el fulano que en algún sitio de internet, o en alguna columna de la prensa, llegó a escribir que Gente de mala calidad era la gran comedia española de nuestros tiempos. Me gustaría gritarle cuatro cosas a la cara, a este juntaletras seguramente paniaguado por la productora. A este timador del tiempo libre, que es un bien tan preciado en el otoño de la edad.











