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Los ensayos. Temporada 2

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Puede que la segunda temporada no sea tan redonda como la primera. O puede, simplemente, que esta vez hayamos venido prevenidos. Nunca habíamos visto una serie tan extraña como “Los ensayos” y la primera vez nos cogió sin equipamiento. Asistíamos a la función como niños boquiabiertos ante el mago. Caminábamos sin brújula y costaba hacer pie sobre las piedras resbaladizas. Nathan Fielder tenía que ayudarnos y sin embargo se plantaba en la otra orilla para salir pitando o para hundirte aún más en el agua, traicionero o extraterrestre, como un reyezuelo loco de su isla.

Sea como sea, el producto sigue siendo único. No hay nada en la parrilla que se parezca ni remotamente a “Los ensayos”. No es comedia, no es drama, no es nada que puedas explicar a la concurrencia... A veces parece una imbecilidad supina y a veces una genialidad inigualable. Puede que sea ambas cosas a la vez. Una tomadura de pelo y también un desafío mayúsculo a nuestra inteligencia. Nathan Fielder podría ser un filósofo contemporáneo o un influencer de pacotilla. 

Lo más triste, pero también lo más sugerente, es que quizá nunca lo sepamos. Eso sí: seguirle el rollo -o la estafa- te aleja de cualquier tentación de jugar con el teléfono móvil. Ya digo que es como si te desafiara; como si se pusiera chulito al otro lado de la realidad y no tuvieras más remedio que entrar al trapo como un cabestro..

Viendo “Los ensayos” siempre me pregunto cuántas vidas harían falta para aprender a vivir de verdad. Cuántos ensayos... En mi caso, puesto que soy más bien duro de mollera, calculo que unas mil. Y ni aun así. Yo soy más del gremio de Rafael Azcona, que en aquella entrevista con David Trueba soltó lo que podría ser la refutación empírica de “Los ensayos”:

“A mí, las experiencias solo me han servido para una cosa: cuando me ha sucedido algo que me había sucedido antes, la experiencia me ha servido para acordarme de que ya me había sucedido, pero nada más”.





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Los ensayos

🌟🌟🌟🌟🌟


En aquel manojo de sueños que cantaba Serrat en “Seria fantàstic” faltaba uno cojonudo: poder ensayar los momentos decisivos antes de acometerlos. Gozar de la oportunidad de interactuar con actores, y en escenarios calcados a la realidad, antes de pronunciar un “te quiero”, de confesar un pecado, de enfrentarse a un tribunal, de solicitar un puesto de trabajo... De elegir entre la playa y la montaña. Antes, también, de embarcarse en la loca aventura de la paternidad o la maternidad.

La empresa ficticia de Nathan Fielder recoge ese sueño que Serrat no cantó y proporciona tales servicios en “Los ensayos”. Y a coste cero, además, porque Nathan no es un coach sacacuartos a la moderna usanza, sino un millonario filántropo que busca respuestas filosóficas. Tú contactas con él para ensayar un paso decisivo y Nathan, con sus recursos ilimitados, te monta una realidad paralela en la que puedes practicar hasta dar con las palabras exactas y los sentimientos adecuados. Todo está calculado al milímetro, previsto en unos diagramas complejísimos de toma de decisiones. La sinopsis de la serie ya es una puta locura, pero ningún espectador está advertido de la putísima locura que le espera en realidad... Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, vino Nathan Fielder a introducir un “casi” en nuestro empacho de espectadores.

El demiurgo también necesita ensayar su puesta en escena. Medir riesgos y daños colaterales. Nathan ensaya nuestros ensayos con otro grupo de actores, en otra pre-realidad que antecede y determina nuestro destino. Y ya puestos: ¿por qué no ensayar también el preensayo...? La locura es absoluta. La serie es genial. No encaja en ningún género conocido. ¿Una comedia existencial sobre el control de nuestras acciones? ¿Estamos condenados a repetirnos o podemos instruir al homúnculo de nuestra cocorota? Da igual: nunca sabremos si Nathan Fielder nos toma por tontos o nos considera tan inteligentes que nos ha hecho dignos de sus locuras. Creo que “Los ensayos” fue rodada justo antes de que le metieran en un frenopático. A ver si nos lo sueltan pronto. Hay un "to be continued" en lontananza.




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The Curse

🌟🌟🌟🌟


La verdad es que mediado el segundo episodio pensé en dimitir. Todo era muy raro. Pero raro de cojones, no raro de normal, de andar por casa. Yo me preguntaba: ¿es una parodia, un drama, una jodienda? ¿Ha nacido un nuevo género? ¿Es Supermán? Ni puta idea. Todo era muy raro, ya digo, inquietante pero indescifrable. ¿Una tomadura de pelo?: pues quizá. ¿Una obra maestra?: pues puede que también. A saber. Me acordé de aquella escena de “Fargo” -la película original- cuando la policía interrogaba a dos chicas por el aspecto de los asesinos y sólo acertaban a responder: “No sé... raros”. 

Pero me quedé a esperar acontecimientos porque Emma Stone salía en mucho en las escenas y eso siempre es bueno para el espíritu. Da igual que no te enteres de nada o que lo malinterpretes, si ella comparece ante la cámara. Emma Stone es una espectáculo en sí misma. Un diamante en el charco. Un solete en la oscuridad. Para mí, como actriz, es un diez porque no hay un once. Tiene esa cara vamos a llamar... versátil, muy rara también, que le permite una plasticidad única de los sentimientos. Lo mismo te mira y te provoca una erección que te atraviesa con la mirada y te hiela la sangre en la punta de la polla. Ella es capaz de alterarte el metabolismo con un golpe de ceja o con una sonrisa de sus labiazos. Lo mismo te hace de monja que de puta oficial del reino. Emma es un prodigio del arte y de la carne. Puede que no sea muy guapa -o no al menos una guapa canónica- pero es pelirroja y menudina, y Max, mi antropoide interior, bebe los vientos por ese tipo de mujeres. Unas pecas sobre la piel blanca lo dejan knockout como un hostiazo del Topuria.

Gracias a Emma Stone perseveré, aguanté la lluvia de episodios, y al final tengo que decir que mereció la pena el ejercicio. “The Curse” te crea una especie de adicción malsana. Flipas con su extraña droga de diseño. Quisieras irte pero no puedes. Te vence la curiosidad. Y al final..., jo, vaya final. Qué recordatorio. Qué poco pintamos los hombres en realidad. Cuando los bebés ya se puedan encargar por Amazon las mujeres nos entregarán a las sociedades protectoras de animales. 




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