Mostrando entradas con la etiqueta Virginia Madsen. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Virginia Madsen. Mostrar todas las entradas

Frasier. Temporada 6

🌟🌟🌟🌟


“Frasier” mantiene el ritmo tras seis temporadas de enredos y desenredos. No pasan los años por ella y sus seguidores seguimos encantados. Yo tenía miedo de que se me hubiera quedado vieja, colgada en el recuerdo, pero soy sincero cuando digo que aguanta el tipo como una campeona. Es verdad que los teléfonos móviles son mazacotes con antena desplegable, pero nada más chirría en nuestra atención de espectadores posmodernos. Quizá porque la gente es igual en todas partes y en todas las épocas, más allá de los ropajes y los accesorios.

Los guionistas de “Frasier” cambian continuamente en los títulos de crédito, pero los personajes se mantienen igual de brillantes en sus réplicas y agudezas. En realidad son todos unos puñeteros de cuidado, y tras seis años metiéndose unos con otros siguen en plena forma verbal. Pero solo esa, la verbal, porque los hermanos Crane son reacios a practicar cualquier tipo de deporte, y se nota que van perdiendo pelo en cada nueva temporada.  Papá Crane camina en andador y Roz engorda a pasos agigantados. Solo Daphne Moon bebe de la fuente de la edad para mantener su figura exacta de bailarina. Y Eddie, claro, que sigue igual de simpático y cabriolero, aunque le vayan restando protagonismo a mi pesar.

Es verdad que en “Frasier” hay episodios tontorrones, como de vodevil o de opereta, e incluso otros que no están bien rematados, como si en el último minuto hubieran cortado el grifo de las ideas. “Frasier” no es una comedia perfecta, pero es que ninguna lo es en realidad. “Seinfeld”, por ejemplo, que es la reina de nuestros corazones, a veces patinaba con episodios chorras y vocingleros, quizá demasiado neoyorquinos para un europeo del montón.

El secreto de “Frasier” es que sus personajes son como nosotros y nos vemos reconocidos. No hay héroes inimitables ni cabrones retorcidos. Aquí todo el mundo es infantil, neurótico, orgulloso, mentiroso en lo banal pero sincero en lo importante. Más o menos como usted y como yo.





Leer más...

Entre copas

🌟🌟🌟🌟

Hace 100.000 años, en la sabana africana, un antepasado incapaz de reproducirse inventó una técnica diferente para que las hembras se fijaran en él. En vez de pegarse golpes en el pecho, y de jugarse el pellejo en la caza del antílope, probó fortuna con dos versos primigenios, casi guturales, que hablaban de la belleza de un atardecer coloreando el horizonte. Contra todo pronóstico, aquella poesía encendió el corazón de una homo erectus arrobada, y ahí, tras la cópula exitosa que se produjo en unas rocas apartadas, empezó el linaje de los hombres de Cromañón que luego inventaron la literatura, pintaron bisontes en las cuevas y salieron de África para conquistar el mundo y predicar la buena nueva entre los neandertales. Ya no hacía falta ser un bestiajo sin seso para poder reproducirse. Los feos, los bajitos, los raquíticos, los que no tenían ni media hostia para enfrentarse a la presión selectiva de los darwinistas, podían propagar sus genes convirtiéndose en artistas.



    Y así, en una elipsis temporal muy parecida a la que unía el fémur de la charca con la nave espacial en 2001, nos encontramos en los viñedos de California con Miles Giamatti, que es un profesor de literatura que lleva dos años deambulando porque no termina de asumir su divorcio, y vaga por el mundo sin fijarse en otras mujeres, concentrado en dos asuntos que él cree ajenos a los quehaceres del fornicio: la escritura de una novela -esa obsesión tan peliculera por la gran novela americana-y el perfeccionamiento de su paladar enológico, que al parecer es capaz de percibir reminiscencias de queso Cheddar en un Pinot Noir macerado en barrica de alcornoque. Pero los cínicos, los materialistas, los que hemos leídos a los grandes maestros de la sospecha bioquímica, sabemos que todo arte, toda habilidad, toda demostración de sensibilidad, es, en verdad, un postureo que también cotiza en el mercado sexual, tanto como un mentón prominente o como una tableta  de abdominales. Maya, la hermosa mujer que también se da pisto presumiendo de enologías y de literaturas, no va a dejarse engañar por este aparente desinterés del tunante de Miles…



Leer más...

La verdad sobre el caso Harry Quebert

🌟🌟

Esclavizado por mi afición al deporte televisado -que si el fútbol y el rugby, que si el snooker y la NBA- hace ya un cuarto de siglo que vivo matrimoniado con lo que ahora se llama Movistar +, aquello que empezó siendo el descodificador de la llavecita blanca que uno metía en la maleta e instalaba en cualquier televisor que dispusiera de una entrada para euroconector. Hice muchas amistades -aunque ninguna femenina, ay- llevando y trayendo aquella cajita negra que traía en sus adentros, como un regalo de Navidad para todo el año, el porno del viernes, el fútbol del domingo, el cine de cualquier día de la semana pasado con subtítulos amarillos y sincronizados...

    Entre que el producto se ha vuelto más complejo y la inflación no ha dejado de crecer, y que estos tunantes parabólicos saben que yo pertenezco al público cautivo y desarmado, ahora mismo estoy pagando una cantidad desorbitada por un montón de canales que no podrían verse ni en cien vidas de cinéfilia y sillón-ball. Perdido en esa selva de ofertas, uno a veces se deja llevar por las recomendaciones machaconas del propio Movistar, y cae en productos que luego se desvelan tontorrones, irrelevantes, de los que te roban diez horas de vida que uno podría haber dedicado a ficciones mejores, o a tomar el sol con el perrete, por los sotos de la pedanía. 

    Al principio de esta serie te dejas enredar porque el tal Harry Quebert parece un nuevo Humbert Humbert encaprichado por Nola, que no por Lola, y entre las reminiscencias de Kubrick y la trama criminal que se adivina en lontananza, uno se adentra en los capítulos de la mano paternal del señor Movistar, que te sonríe complacido y te asegura que no te has equivocado en la elección.

    Pero hacia la mitad de los diez (interminables) episodios, uno se descubre atrapado en un telefilm de sobremesa, estirado, ridículo en ocasiones, con giros y contragiros a cada cual más idiota, y de la Nolita/Lolita de Dicker/Nabokov pasamos al Todos menos tú que cantaba Joaquín Sabina allá por los años noventa. Aquí, como en la canción, hay un poco de todo, caótico y tontorrón: putones verbeneros, cronistas carroñeros, trotamundos fantasmas, soplones de la pasma, escritores que no escriben, vividores que no viven, tontopollas sin cura, filósofos con caspa, venus oxidadas, caballeros en oferta, señoritas que se quieren casar, Blancanieves en trippie, amor descafeinado, muertos que no se suicidan, niñatos, viejos verdes, y el marqués de Massachussets.






Leer más...