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Silverado

🌟🌟🌟


Cuando se estrenó Silverado, allá por 1985 -que como estará de lejos Japón que ni siquiera conocíamos a Kevin Costner- los expertos decían que el western era un género muerto, y que la película de Kasdan, lejos de resucitarlo, sólo venía a profanar su tumba.

Ahora que tras varias décadas de remoloneo por fin he visto la película, tengo que decir que hombre, que se pasaron tres huevos con el pobre Lawrence Kasdan. Que Silverado no es desde luego ninguna maravilla, más bien lo contrario, todo tan trillado y tan tontorrón en su planteamiento, y en sus tiroteos, pero que tampoco es el peor western de la historia. Ni de coña, vamos. Está a la altura de decenas de clásicos viejunos que esos mismos puretas calificaban con cinco estrellas en las revistas, o con cinco orgasmos en la radio, acompañando la galaxia o la lefa con su prosa florida y su adjetivismo literario.

El otro día, sin ir más lejos, yo bostezaba lo mismito que hoy con Johnny Guitar, que también empieza con unos mentecatos acodados en la barra del salón, que ni se conocen ni tienen oficio definido, sólo estar allí, mamándose, y diciéndose tonterías de este lado del río Pecos, o de aquel lado del Mississippi, forastero y tal, que yo te conozco, eres hermano de Bill Donovan, y vienes a cobrarte una deuda de sangre, pecador de la pradera, desenfunda si tienes valor y bla, bla, bla..., mientras uno se rasca la cabeza en el sofá y se pregunta quiénes son estos tipos, y de dónde vienen, o a qué se dedican, que ni vacas se ven por los alrededores. Yo creo que el problema es que estos pueblos de las películas siempre los construyen donde no hay agua -al contrario que cualquier civilización heredera de los sumerios- y que por eso van todos como van, lunáticos y deshidratados, o bebiendo whisky a todas horas.

Silverado es aburrida, previsible, como hecha para niños sin bagaje, o cortitos de entendederas. Pero entretiene, como la mano en pene que cantaba don Javier. En realidad es una mierda, pero no sé, había que verla, porque me faltaba, y porque es de Lawrence Kasdan, que una vez dirigió películas maravillosas, y escribió los guiones de las películas de Luke, y las de Indy. Por eso mismo le odiaban tanto, y le siguen odiando, los puretas.





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Crash

🌟🌟🌟


La sexualidad humana es rara de cojones. Donde los bonobos simplemente chingan y desfogan el instinto, nosotros, sus bisnietos, hemos elaborado una contradicción biológica en la que cabe el asco, la castidad, la perversión, la parafilia... La rutina aburrida del sábado-sabadete, que es quizá la práctica más satánica de todas. Como cantaba Javier Krahe de su esposa ficticia: “su arte de amor es tan sólo el barroco/las líneas sencillas le dicen bien poco”.

A decir de los antropólogos y los primatólogos -que vienen a ser, en esencia, la misma profesión- la orgía perpetua de los bonobos es el Paraíso Terrenal del que se habla en el Génesis. Sexo a todas horas, de buen salvaje, desprejuiciado y muy benéfico para el miocardio, hasta que llegó la evolución de las especies a joderlo todo: el homo sapiens, la agricultura, el afán de poseer y la envidia de los vecinos, y todo eso, simbolizado en el ángel flamígero, convirtió el sexo en algo oscuro y vergonzoso. El deseo reprimido que Freud encontró en la cueva del inconsciente. El amor libre, que predicaron los hippies cuatro millones de años después, y que venía a ser el rescate de aquella filosofía tan sencilla como jovial. Algún día sabremos qué hizo la CIA con ellos... Con Freud y con los hippies.

El sexo reprimido es un volcán que nunca sabes por dónde va a salir. El magma aflora a veces por grietas insospechadas, fallas del terreno donde no esperabas que pudiera manar la excitación sexual, la erección sorpresiva del pene o de los pezones. Estos chalados de Crash han encontrado en los accidentes de coche -y en sus quirúrgicas secuelas, cicatrices y ortopedias- el puntito morboso que los enciende por dentro como si estuvieran hechos de yesca, y no de química orgánica. Uno, la verdad, no entiende su parafilia, ni se excita con ella, pero entiende, de sobra, que tengan una parafilia. El que esté libre de una rareza que tire la primera piedra. En realidad, aquella parábola de Jesús en los evangelios versaba sobre las desviaciones sexuales. A mí, por ejemplo, me ponen cantidubi las orejas sin pendientes.

La otra teoría que viene a explicar estas chaladuras de Crash es que todos sus protagonistas son tan guapos, y tan guapas, y están ya tan hartos de follar por los caminos trillados, tan acostumbrados a que les digan que sí en el Tinder o en la cama de matrimonio, que se lanzan a explorar territorios salvajes y desafiantes, a ver qué pasa por ahí. Lo mismo que decía, en su monólogo inmortal, Pablo Calavera de John Lennon, cuando conoció a Yoko Ono.





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