Frasier. Temporada 6

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“Frasier” mantiene el ritmo tras seis temporadas de enredos y desenredos. No pasan los años por ella y sus seguidores seguimos encantados. Yo tenía miedo de que se me hubiera quedado vieja, colgada en el recuerdo, pero soy sincero cuando digo que aguanta el tipo como una campeona. Es verdad que los teléfonos móviles son mazacotes con antena desplegable, pero nada más chirría en nuestra atención de espectadores posmodernos. Quizá porque la gente es igual en todas partes y en todas las épocas, más allá de los ropajes y los accesorios.

Los guionistas de “Frasier” cambian continuamente en los títulos de crédito, pero los personajes se mantienen igual de brillantes en sus réplicas y agudezas. En realidad son todos unos puñeteros de cuidado, y tras seis años metiéndose unos con otros siguen en plena forma verbal. Pero solo esa, la verbal, porque los hermanos Crane son reacios a practicar cualquier tipo de deporte, y se nota que van perdiendo pelo en cada nueva temporada.  Papá Crane camina en andador y Roz engorda a pasos agigantados. Solo Daphne Moon bebe de la fuente de la edad para mantener su figura exacta de bailarina. Y Eddie, claro, que sigue igual de simpático y cabriolero, aunque le vayan restando protagonismo a mi pesar.

Es verdad que en “Frasier” hay episodios tontorrones, como de vodevil o de opereta, e incluso otros que no están bien rematados, como si en el último minuto hubieran cortado el grifo de las ideas. “Frasier” no es una comedia perfecta, pero es que ninguna lo es en realidad. “Seinfeld”, por ejemplo, que es la reina de nuestros corazones, a veces patinaba con episodios chorras y vocingleros, quizá demasiado neoyorquinos para un europeo del montón.

El secreto de “Frasier” es que sus personajes son como nosotros y nos vemos reconocidos. No hay héroes inimitables ni cabrones retorcidos. Aquí todo el mundo es infantil, neurótico, orgulloso, mentiroso en lo banal pero sincero en lo importante. Más o menos como usted y como yo.