Cardo

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María, la Cardo, y Franco, el Asesino, tan alejados en el tiempo y en la circunstancia, coinciden en que son de esas personas que dejan pudrir los asuntos a ver si se resuelven por sí solos. Es lo que cuentan del Generalísimo, en las biografías, que cuando se encontraba con un problema insoluble en las matanzas programadas, o en los consejos de ministros, aconsejaba dejarlo correr y que el tiempo decidiera. No le fue mal... Es lo mismo que hace María en la serie, que se pega un hostión con la moto, y un hostión con la justicia, y decide que bueno, que huyendo hacia delante, a todo correr, tragando pastillas y ahogando el teléfono en los inodoros, todavía queda un resquicio para la esperanza. ¿Y si en ese entretiempo de abogados que llaman, de amigas que preguntan, de familiares que se preocupan, viniera un cataclismo a joderlo todo pero salvarla a ella: el meteorito, el tsunami, la revolución de las masas...? Pero a María, al contrario que al dictador- porque Dios es de derechas y nunca está con el pobre ni con el desvalido- la estrategia le sale más bien rana.

De todos modos, nada que objetar. Yo también pertenezco a este gremio de avestruces que esconden la cabeza esperando que los problemas se los lleve el tiempo, o caduquen según lo marcado en el envase. ¿Cobardía? No sé... Más bien falta de recursos. Inoperancia. No poseer nunca la llave que desface los entuertos. Es muy fácil llamarnos cobardes a los que así transitamos por la vida. Si va en el carácter, no hay solución, y nadie es culpable de nada. Ni María -que, por cierto, no tiene nada de cardo-, ni el Hijoputa, ni yo mismo. Y si no va en el carácter, son lecciones de vida, y uno va aprendiendo a bofetones. Así que nada que reprochar. Y nada que reprocharse. La vida es un enredo, una media verdad, una media mentira, gente que te lía y gente que se deja liar. Un malentendido, la parte por el todo, una cháchara incesante... Se va liando la madeja -y la madeja de Cardo es cojonuda- y al final, cuando quieres desenredar los hilos, lo mejor es eso: salir de fiesta, o ponerse una serie en el ordenador, y esperar a que amanezca.





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10 años de Cine Pasaje

(Este texto fue escrito el 27 de diciembre del 2011)

Cuando cumplió los cuarenta años, Pepe Carvalho, el detective de las novelas de Montalbán, comenzó a quemar en la chimenea los libros que ya no quería conservar: los que le habían aburrido, defraudado, engañado... Yo estoy muy cerca de cumplir esa edad, de adentrarme en el otoño todavía benévolo de mi salud. Me gustaría deshacerme de los libros como él, pero no puedo quemarlos porque no tengo chimenea, así  que me conformo con revenderlos a los libreros de viejo, o con arrojarlos directamente al contenedor azul.

           Pero yo lo que tengo son, sobre todo, películas. Mi mundo interior les debe más a ellas que a los libros. De hecho, les debe más a ellas que a la vida real, que siempre me proporcionó pistas falsas y desengaños como bofetones. Yo soy yo y mis películas. Las películas han construido la visión pueril, maniquea, distorsionada, profundamente equivocada que tengo acerca de las cosas del mundo. Pero las amo. Las amo con locura. Sin ellas -y sin sus primas, las series de la tele- me hubiera perdido sin remedio en el interior de mí mismo, laberinto de hastío y negrura. Ellas me han salvado, y me han traído hasta aquí medio cuerdo y medio vivo. Subido a sus lomos he podido vadear los grandes ríos y cruzar las grandes llanuras.

Pero ya no puedo con todas. Hasta ahora me han servido de flotador, pero si no abandono en la orilla las más prescindibles se convertirán en la piedra que habrá de lastrarme hacia el fondo. No hay tiempo para todo. Y lo mío, hasta ahora, era pura glotonería. Tendré que cuidar mi dieta, que aligerar mis paredes. Muchas de las películas que vegetan en el salón ya sólo sirven para sustentar el polvo. Muchas son errores del pasado, maldiciones de la prisa, hijas indeseadas de compras sin condón. 

No puedo seguir así. El manicomio de las películas está a punto de derivarme a otra loquería mucho peor. Y allí, según me cuentan, no ponen películas. O sólo películas malas. O, por lo menos, películas que yo no elijo. Así que tengo que hacerme, de una vez, acinéfilo. Analizar mis procesos, clarificar mis barullos, jerarquizar mis impulsos. Escribir, quizá, para que me sirva de guía, un diario…




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Titane

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Ayer, que fue Navidad, el mundo cristiano celebró el nacimiento de un niño que no nació de la unión de dos gametos, sino de un soplo divino, espiritual, que se hizo carne en el útero de María. La teología, tan alejada de la ciencia, nunca tuvo la necesidad de explicar este misterio de la Encarnación: cómo es posible que un hálito, un gas, un viento cósmico procedente de la galaxia muy lejana, pueda transustanciarse en ácido desoxirribonucleico, proteínas y demás. Aparatos de Golgi y alvéolos pulmonares. Será eso: el misterio...

La mitología de Occidente llevaba dos mil años huérfana de otro nacimiento milagroso, inconcebible, fruto de la unión de dos elementos incompatibles -óvulo y nada, o espermatozoide y maracuyá- hasta que llegó esta película lisérgica y absurda -yo diría que demoníaca, por poner el contrapunto- que se titula Titane. Sobre Titane se han vertido ya ríos de tinta, y de aceite de coche, y la verdad es que ya me mataba la curiosidad. Unos decían que la hostia, y otros aseguraban que la mierda; los más exaltados gritaban que cine libérrimo y referencial, y los más defraudados, mientras se arrancaban los ojos, clamaban que estafa supina y bodrio festivalero.  

Y qué mejor día que el 25 de diciembre, el día más aburrido del año, con todo cerrado, la resaca en el cuerpo y la televisión sin deportes, para adentrarse en este nuevo misterio de la concepción: el embarazo de Titane, o “María II”. Titane es la historia de una mujer que se folla a un coche (sic) y queda embarazada como si hubiera sido polla, y no palanca de cambios, o tubo de escape (la cosa no queda clara) lo que desfalleció gozosamente en su interior. La venida del Espíritu Santo -digo, del Coche Fantástico- sucede allá por el primer cuarto de hora, y tal acontecimiento espermático -o gasolínico- es el que ha dividido a la crítica en dos tribus irreconciliables. Y digo la crítica porque el cinéfilo superficial, sin cultura, es, por su propia simplicidad, mucho más difícil de engañar.





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Sweat

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“Sweat” narra la vida privada de una instagramer-influencer que es..., que está..., que en fin, que está muy buena. La película es un rollo, un intento fallido de conmovernos con el lema ya tan manido de “los ricos también lloran” y “las guapas también sufren”. Que son como nosotros, vamos, los pobres desgraciados y desgraciadas. Mentira: a los ricos todo se les pasa antes, y a las guapas se les dan mil oportunidades para renacer. 

Pero la película, aun siendo floja en lo formal y rastrera en lo argumental, aguanta precisamente porque Silvia -la Eva Nasarrosky del cabello rubísimo y del cuerpo de infarto- llena la pantalla en todos los fotogramas de la película, a veces vestida de runner y a veces vestida de gala. Y a veces, incluso, vestida de camiseta pija de andar por casa, donde se demuestra que la mujer mona, aunque se vista de esparto, monísima se queda. A Silvia Zajac le sientan bien todos los contextos, todos los ropajes, todas las modas y contramodas. Si quisiera ponerse fea no podría, del mismo modo que los demás queremos ponernos guapos y también somos incapaces. No hay transfuguismo posible en esta condición humana. Lo que es de natura, tataratura, que decía mi abuela. Es lo que tiene ser guapa y no estar guapa. Como ser feo y no estar feo...  A Silvia le vale cualquier cosa que se ponga o que se pinte en el rostro. Todo le cae en gracia, todo la subraya o la eleva de categoría. Podría disfrazarse del señor Barragán -no quería decir señora Barragana- y te dejaría turulato igualmente. Ella sonríe y te tiembla el ombligo; pone mohínes y te revoletean las mariposas; se pone sexy y las nubes te ofuscan el raciocinio. Max, mi antropoide interior, suspira por ella aunque yo le reconvengo, y trato de explicarle la realidad de las cosas. Pobrecito mi mono...

Resumiendo: que "Sweat" es una película de bostezos con mujer de belleza inverosímil... Decía Aristóteles el otro día, en un libro sobre filósofos griegos que tengo abierto sobre la mesita, que al que le preguntaba que por qué con los hermosos conversamos largamente, él le respondía: “De un ciego es digna la pregunta”. Pues eso.





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Cómo conocí a vuestra madre. Temporada 1

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El día que yo le cuente a mi hijo cómo conocí a su madre -tendrá que ser con tres copas de más, y tres desvergüenzas de menos-  habrá que tirar de muchos recursos autoparódicos para que me salga una comedia romántica y no un relato del esperpento donde su padre es un gilipollas perdido y su madre una reliquia católica del siglo XIX. Un dramón de época – de la época victoriana, quiero decir, o por lo menos de los tiempos de La Regenta- donde yo soy un maestrillo sin mundo y su madre una damisela con enaguas y flor de azahar en el cabello virginal... 

      Una absoluta ridiculez que, mejor pensado, acabo de decidir que jamás voy a contarle. Ni empapado en alcohol, vamos. Ni en el lecho de muerte. Ni por todo el oro del mundo. Ni aunque me paguen muchos dólares los productores de Hollywood o los ejecutivos de Netflix. No, no y no. ¡Que no, hostia! He decidido que se morirán conmigo aquellos episodios nacionales de la época de Galdós. Ya rezo a los dioses para que el delirio de una pesadilla, o de una droga hospitalaria, no traicione mi voluntad y desate mi lengua en la hora postrera. Ay.

    Porque además, aparte de hacer el ridículo, no quiero que mi hijo se traumatice y se ponga a elaborar teorías sobre cómo es posible que un chaval más majo que las pesetas -aunque él ya naciera en la época del euro- proceda de semejantes especímenes de lo humano, novelescos de chiste, o venezolanos de pretérito culebrón. Que no, he dicho... Basta ya. Nadie, ni siquiera él, la carne de mi carne, me arrancará la historia tristísima de su pre-concepción. De los lodos que precedieron al polvo que hizo las presentaciones entre los gametos.

    ¿La serie? Muy divertida cuando transgrede; muy aburrida cuando lo embadurna todo de miel, o de mermelada. Sale un tipo muy cáustico al que me gustaría pedir amistad si fuera de verdad, y también una mujer de ensueño llamada Cobie Smulders que es... eso, de ensueño. A mí que no me jodan, que este pibón no es real. No puede ser.. Miro la fecha de producción y me parece un milagro tecnológico que pudieran meter ese holograma entre los personajes y que no se note nada de nada.





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Jerry Maguire

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Allison Smith en “El ala oeste de la Casa Blanca”; Janine Turner en “Doctor en Alaska”; Cobie Smulders en “Cómo conocí a vuestra madre”; Pamela Adlon en “Californication”; Natascha McElhone en “Californication”; Natascha McElhone en todo lo que haga.

Maureen O’Hara en “El hombre tranquilo”; Gene Tierney en “Laura”; Lauren Bacall en “Tener y no tener“; Leslie Caron en “Un americano en París”; Jennifer O’Neill en “Verano del 42”; Julie Christie en “Doctor Zhivago”; Paulette Goddard en “Tiempos modernos”; Robin Wright en “Forrest Gump”.

Jessica Lange en “Tootsie”; Sharon Stone en “Las minas del rey Salomón”; Kathleen Turner en “Fuego en el cuerpo”; Kristen Stewart en “Hacia rutas salvajes”; Reese Witherspoon en “En la cuerda floja”; Natalie Portman en su galaxia; Rooney Mara en “Carol”; Catherine Keener en “Being John Makovich”; Marie-Josée Croze en “La escafandra y la mariposa”; Marie-Josée Croze en “Munich”; Marie-Josée Croze en cualquier película.

Charlize Theron.

Audrey Hepburn.

Sissy Spacek en “The river”; Michelle Pfeiffer en “Las amistades peligrosas”.

Juliette Binoche en “La insoportable levedad del ser”; Julie Delpy en “Antes de amanecer”; Jean Seberg en “Al final de la escapada”; Anna Galiena en “El marido de la peluquera”; Audrey Tautou en “Amélie”; Emmanuelle Béart en “Nelly y el señor Arnaud”; Emmanuelle Béart en “La bella mentirosa”; Emnanuelle...

Mélanie Laurent en “Beginners”.

Anne Hathaway en “La boda de Rachel”; Andrea Suárez en “Bombón, el perro”; Emily Blunt en “La pesca del salmón en Yemen”; Catherine Zeta Jones en “Chicago”; Sarah Polley en “Mi vida sin mí”; Naomi Watts en “Mulholland Drive”; Jessica Rabbit en “¿Quién engañó a Roger Rabitt?”; Emma Stone donde quiera que salga; Jessica Chastain en “El árbol de la vida”; Jessica Chastain subida en cualquier árbol.

María de Medeiros en “Huevos de oro”; Penélope Cruz en “La niña de tus ojos”; Ariadna Gil en “Amo tu cama rica”; Pilar López de Ayala en “En la ciudad de Silvia”; Paz Vega en “Lucía y el sexo”; Leonor Watling en “Son de mar”; Leonor Watling cuando canta...

Bárbara Lennie.

Nastassja...

Se me quedan mil en el tintero...

... Renée Zellweger en “Jerry Maguire”.




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Succession. Temporada 3

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Los Roy son inteligentes, monstruosos, divertidos, avariciosos. Son la familia de moda en la televisión y en las tertulias. Descienden directamente de los Colby, y de los Carrington, pero son más hijos de puta que todos aquellos juntos. Pero vamos: mucho más. Para empezar porque son más inteligentes, y más sofisticados. No son tan básicos ni tan venales. Los Roy son despóticos y crueles. Muy peligrosos. Son la escoria del mundo. La hez de la Tierra, aunque vivan a muchos metros de altura, en sus palacios de cristal. Ellos nunca pisan el suelo: siempre hay un monovolumen que les espera a la puerta del latrocinio, una limusina, un helicóptero, un jet privado... Un yate de la hostia, mucho más grande que el de Florentino Pérez. Los Roy sí que podrían fichar a Mbappé, o a Haaland, o a los dos a la vez, pero luego no sabrían qué hacer con ellos. Así de irónica es la vida.

Si es verdad lo que se dice en los evangelios, mucho tendrá que encogerse el camello, o que ensancharse el ojo de la aguja, para que los Roy puedan entrar en el Reino de los Cielos. No tienen alma, ni escrúpulos, ni nada que se le parezca. Son tragicómicos, pero te hielan la sonrisa cuando hablan. No respetan ni a su padre ni a su madre. Y viceversa... Primero la pasta y luego el beso. Se odian con cordialidad. Son personajes de Shakespeare trasladados a Nueva York, pero personajes de los chungos, de los poco recomendables: navajeros con maletín, y corsarios con corbata. Asesinos silenciosos. Traficantes de esclavos. Sociópatas que toman vinos con Isabel Díaz Ayuso cuando pasan por Madrid. Los Roy se parten de risa cuando la presidenta hace chiribitas con los ojos. Son unos cabronazos redomados. Y la hija, Shiv, aunque esté muy buena, una cabronaza redomada... Y luego está esa otra, la de las gafas, que no es de la familia, pero que es otra arpía sin entrañas.

Esta gentuza es la enemiga del proletariado. Mi enemiga. Son esclavistas, racistas, supremacistas... Indestructibles. Son viciosos, rijosos, antojadizos, vengativos... Implacables. Me entretienen, y me fascinan. Pero les odio. Les deseo lo peor, aunque no sirva de nada. A ellos y a sus trasuntos de la realidad.




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Rafael Azcona, oficio de guionista

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A los Reyes Magos, para la próxima reencarnación, voy a pedirles un fenotipo muy parecido al de Brad Pitt. Aunque no sé si me lo merezco, la verdad, porque en la vida me he portado a veces bien y a veces mal con las personas. Pero como todo hijo de vecino, supongo... Así que, por pedir, que no quede.

Quiero ser, por una vez -por una vida- el rey de la fiesta, el centro de las miradas. El polo de atracción y el tío más atractivo. Quiero saber qué se siente cuando a uno le desean sólo por su físico, sin más, sin meterse en más averiguaciones. Saltarme el cuestionario de cien ítems que indaga en mi interior a ver si haciendo la nota media puedo salvarme de la quema, o del olvido. Saltarme todo ese protocolo e ir directamente al grano: me gustas, tú también, ¿tienes algo que hacer esta tarde...? Esa vida sencilla y feliz de los guapos, y de las guapas, que ahorran un montón de tiempo y pueden dedicarse a otras cosas de mucho provecho.

Pero si no fuera así, si los Reyes Magos no quisieran concederme tal deseo -que yo mismo juzgo superficial y deleznable-, les pediría, en compensación, para vivir otra vida alejada de mi yo, que me reencarnaran en un tipo muy parecido a Rafael Azcona: uno bajito, con gafas, de Logroño. La antítesis fenotípica de Brad Pitt, sí, pero un hombre con un cerebro privilegiado, una inteligencia lacerante, una sabiduría de demonio... Un legado envidiable. Ser el rey de la fiesta cuando los deseos se van a descansar y la gente se pone a contar sus historias y sus chascarrillos. Saber qué se siente cuando uno empieza a soltar sus maldades benignas, o sus bondades maliciosas, y todo el mundo se queda absorto, y hechizado, como yo viendo este documental.

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David Trueba: - ¿Tomas notas?

Rafael Azcona: - Nunca, no. Estaré equivocado, pero sostengo que lo que se te olvida es porque no te importa.



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