Rafael Azcona, oficio de guionista

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A los Reyes Magos, para la próxima reencarnación, voy a pedirles un fenotipo muy parecido al de Brad Pitt. Aunque no sé si me lo merezco, la verdad, porque en la vida me he portado a veces bien y a veces mal con las personas. Pero como todo hijo de vecino, supongo... Así que, por pedir, que no quede.

Quiero ser, por una vez -por una vida- el rey de la fiesta, el centro de las miradas. El polo de atracción y el tío más atractivo. Quiero saber qué se siente cuando a uno le desean sólo por su físico, sin más, sin meterse en más averiguaciones. Saltarme el cuestionario de cien ítems que indaga en mi interior a ver si haciendo la nota media puedo salvarme de la quema, o del olvido. Saltarme todo ese protocolo e ir directamente al grano: me gustas, tú también, ¿tienes algo que hacer esta tarde...? Esa vida sencilla y feliz de los guapos, y de las guapas, que ahorran un montón de tiempo y pueden dedicarse a otras cosas de mucho provecho.

Pero si no fuera así, si los Reyes Magos no quisieran concederme tal deseo -que yo mismo juzgo superficial y deleznable-, les pediría, en compensación, para vivir otra vida alejada de mi yo, que me reencarnaran en un tipo muy parecido a Rafael Azcona: uno bajito, con gafas, de Logroño. La antítesis fenotípica de Brad Pitt, sí, pero un hombre con un cerebro privilegiado, una inteligencia lacerante, una sabiduría de demonio... Un legado envidiable. Ser el rey de la fiesta cuando los deseos se van a descansar y la gente se pone a contar sus historias y sus chascarrillos. Saber qué se siente cuando uno empieza a soltar sus maldades benignas, o sus bondades maliciosas, y todo el mundo se queda absorto, y hechizado, como yo viendo este documental.

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David Trueba: - ¿Tomas notas?

Rafael Azcona: - Nunca, no. Estaré equivocado, pero sostengo que lo que se te olvida es porque no te importa.