Collateral

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Cada veinte películas que disecciono en esta autobiografía aparece una sobre la que no tengo nada que decir. Una película tan ajena a mi vida conventual que no puedo introducir ninguna experiencia propia que me sirva de apoyo o de contraste. 

Para decir si son buenas o malas ya están las estrellas de los críticos y los comentarios de otros internautas. Yo no soy más que un monje que escribe sobre sí mismo aprovechando la película que pasan cada día en el refectorio. Un pecado de orgullo, sí, pero también un ejercicio de autoconocimiento. Lo que Dios castiga con una mano lo perdona con la otra. 

(Sucede, además, que el abad es un hombre muy estricto que nos pide escribir un pergamino al día para merecernos el sustento, y al final, sea como sea, tengo que emborronar esta superficie sobre la que a veces se proyecta la luz divina y a veces, ay, la sombra difusa del Maligno, que se carcajea a mis espaldas).

¿Qué escribir, por ejemplo, sobre “Collateral”? Pues nada: ante ella solo puedo oponer mi meninge plana, mis neuronas de vacaciones, el nasti de plasti de mis dedos escribanos. “Collateral” es una película enviada por el demonio para dejarme sin armas dialécticas. Un desafío a mi espíritu crítico y a mis chascarrillos habituales. Una lanza clavada en mi orgullo de pecador. 

¿Qué tiene qué ver un monje de La Pedanía con los taxistas de Los Ángeles, con los mercenarios molones, con los narcos bigotudos de Colombia? ¿Qué tienen que ver estos viñedos de La Pedanía con los paisajes urbanos donde todo es coche y asfalto y falta preocupante de respiración? ¿Dónde se ha visto -¡oh, engañoso prodigio!- una abogada buenorra vaya dando su número de teléfono a los pelanas pobretones que la pretenden? 

"Collateral" es un unicornio de ficción. Es entretenida y molona, pero más falsa que una tentación moderna del diablo. Tom Cruise ni siquiera sale morenuco y bajito como el Señor lo concibió, sino que le han puesto alzas en las sandalias y teñiduras de escandinavo en la cabellera. Es lo mismo que le hacen a nuestro señor Jesucristo en los cuadros de los bazares. Daños colaterales cometidos por la fe.




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El último mohicano

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Lo más curioso de todo es que el último mohicano -el indio que da título a la película y que se ha convertido en patrimonio cultural porque aquí todos nos creemos los últimos mohicanos de lo nuestro- no es el buenorro de Daniel Day Lewis (que, por cierto, bizquea cosa boba cuando fija la mirada), sino su padre adoptivo, el tal Chingachgook que es un personaje secundario con muy poco diálogo. Tan es así, que solo al final de la película, cuando la cámara por fin se detiene en sus evoluciones, comprendemos que él es la víctima más perjudicada de toda esta aventura colindante con Canadá.

Porque los ingleses, en el siglo XXI, siguen existiendo, y franceses también, a mogollón, que hace dos veranos yo me los cruzaba por París y pensaba que Napoleón podría levantar cuatro Grande Armées con sus compatriotas. Pero mohicanos, al parecer, según se dice en el guion, ya no queda ninguno sobre la faz de la Tierra, justo desde que el hijo verdadero de Chingachgook murió descabellado y despeñado por defender el honor de su dama londinense. 

(Luego paseas por la Wikipedia y descubres que el autor de la novela original andaba bastante equivocado, y que los mohicanos, como otras víctimas de la avaricia del rey de Inglaterra y del rey de los franceses, sobrevivieron como pudieron y se resignaron a vivir en las reservas que el gobierno federal les preparó con todo su amor). 

Desconozco la edad que tenía Chingachgook en el momento de quedarse sin su hijo. Pero si miras la edad del actor en el momento del rodaje resulta que tenía 53. Uno más que yo ahora. Y a mí, ejem, todavía se me... ejem. Quiero decir que un guerrero como él, no muy guapo pero valiente y en buena forma, podría haber repoblado los campos de Manitú con el poder de su simiente. Viudas, visto lo visto en la película, no le iban a faltar. Quiero decir que ser el último mohicano no era una maldición insoslayable.

¿Madeleine Stowe, por cierto?: guapísima, arrebatadora. Podría formar parte de algún Top 5 de esos que se elaboran con dos cervezas en el coleto. ¿Daniel Day Lewis?: bisojo, ya digo. Envidiable en cuerpo y alma, pero bisojo. Hay que estar tan bueno como él para que las mujeres pasen por alto tamaña bisojez y se derritan de deseo. 




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Futurama. Temporada 12

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1. Mil años nos separan de los Abderramanes de Córdoba y de los teólogos de Constantinopla. Parece mucho tiempo pero en realidad no es nada. En términos evolutivos es apenas un bostezo. Se necesitarán eones para que nos salga un sexto dedo o nos brote un lóbulo en el cerebro. O para que nos salgan menos pelos en las orejas...Mientras tanto, seguiremos siendo lo que somos. El ADN trabaja seguro pero muy lento. Y además es imprevisible: lo mismo nos volveremos más listos que regresaremos a la tontuna. Lo malo es que cuando regresemos ya no habrá árboles para trepar.

La decimosexta temporada de“Futurama" transcurre en el año 3024. Justo mil años por delante. Gracias a los viajes espaciales ya habrá extraterrestres paseándose por la Tierra, algunos muy cenutrios y otros muy civilizados, pero el ser humano seguirá siendo básicamente como ahora, o como en los tiempos de Bizancio: admirable para lo poco y deleznable para lo mucho. Un mono sin pelo y con juguetes sofisticados. 

Ésa es la moraleja básica de “Futurama”: que la evolución tecnológica va muy por delante de la evolución antropológica. Y que ni siquiera el contacto con los extraterrestres nos servirá de nada porque nos faltará inteligencia para comprenderlos. El año 3024 será más o menos como ahora, pero ya, por fin, con coches voladores. 

2. En el primer episodio de esta temporada se descubre que Bender procede de México y que su apellido es Rodríguez. Yo ya lo sospechaba. Su misantropía es tan parecida a la mía que no puede ser casualidad... Aunque él sea de acero inoxidable y yo de carne pudridera, hay un vínculo secreto que nos une. Un hilo bio-metalúrgico hecho de proteínas y átomos de hierro. Una vez tuve a Bender de avatar en internet porque sentía el hermanamiento.

3. El café -acabáramos- no viene de Turquía, sino de un planeta muy lejano. Es el veneno que utilizan los empresarios de toda la galaxia para tenernos despiertos y productivos. Es una droga universal. No hace falta que los marcianos nos disparen: simplemente van abriendo nuevos Starbucks.




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The Bear. Temporada 1

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1. He vuelto a ver la primera temporada de “The Bear” porque me puede la presión social y la desconfianza en uno mismo. La primera vez quedé descolocado y no supe apreciarla en lo que vale. Tampoco en esta segunda oportunidad es la pera limonera, ya lo adelanto, pero desde luego no merece el ninguneo que yo injustamente le dediqué. Recuerdo que mi hijo casi me mata: "Cómo es posible que alguien como tú no sepa apreciarla y tal...". Una piropostia en toda regla. 

Tras él llegaron las tertulias y los premios, metiéndome el dedo en el ojo cada vez que “The Bear” ganaba prestigio y estrenaba nuevas temporadas de acción trepidante en la cocina. Así que hice examen de conciencia, dolor de los pecados y propósito de enmienda. Ahora mismo estoy aquí, confesando mis pecados, y dispuesto a cumplir la penitencia que suela imponerse en estos casos. 

2. En esta segunda visita a “The Bear” he comprendido que parte de mi despiste, de mi pecado gustativo, se debe a que yo también veo las series intoxicado por el algoritmo. Yo lucho contra él y lo pongo a parir en estos escritos, pero ya circula sin remedio por mi sangre. El algoritmo es insidioso como un virus: se traslada por el aire, te lo tragas sin querer y se hace fuerte en las conexiones neuronales. Es un auténtico hijo de puta.

Un día ves una serie que no se adecúa al algoritmo y se produce el cortocircuito. No importa que sea buena o que sea mala: simplemente te cuesta seguirla porque no aparecen por ningún lado los personajes consabidos. En “The Bear” no hay cerdos machistas (al menos ninguno evidente o peligroso), no hay ejecutivas empoderadas, no hay transexuales, no hay sexualidades fluidas, no hay abuelitos abrazando a sus nietos ejemplares. Por no haber, no hay ni crímenes para resolver. No hay psicópatas ni carreras de coches. Tampoco pibones. “The Bear” es la historia muy simple -pero a la vez muy compleja- de un grupo de cocineros que tratan de salvar su negocio y nada más: abrir a la hora, servir los bocadillos y facturar todo lo posible para llegar a fin de mes y pagar el alquiler. El algoritmo de la otra realidad. 




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The Jinx (El gafe)

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La prensa apodó "El gafe" a Robert Durst porque cada vez que cambiaba de domicilio aparecía un cadáver a su lado o desaparecía una persona para siempre. A true story. La casualidad, que decía Ignatius Farray. Primero fue su esposa, luego su amiga y más tarde un vecino medio tarado de Galveston. 

Ahora que Robert Durst ya no mora entre nosotros acaban de estrenar la segunda temporada con “sorprendentes revelaciones”. Pero yo no la veré. He saciado mi curiosidad. Estaba claro que Robert Durst tenía cara de culpable, ojos de asesino y pinta de pirado. Y una voz de reverso tenebroso. No sé cómo pudo engañar a tanta gente durante tanto tiempo. Pero claro: yo venía del futuro con un almanaque bajo el brazo. Es lo que tiene ver “The Jinx" casi una década después de su estreno, cuando el bacalao ya está cortado y cocinado. 

La verdad es que da un poco igual. Si la cosa interesa no importa que ya sepas quién es el asesino. Es como releer una buena novela negra. Es el relato lo que te atrapa, el morbo, el interés antropológico. Y a mí, lo de Robert Durst me interesaba porque a los ricos les tengo mucha manía y tengo por seguro que cuando no asesinan con revólveres asesinan robando millones o contaminando el ecosistema. Hay tantas formas de matar... Unas son más espectaculares que otras y por eso merecen una serie como ésta. Otros crímenes son más silenciosos, menos “televisivos”, pero matan con la misma eficacia y además a mucha más gente. Basta con reducir el presupuesto del Ministerio de Sanidad, ya ves tú, qué tontería...

Robert Durst pertenecía a una familia de magnates inmobiliarios de Nueva York y sólo por eso, en un régimen bolchevique como Dios manda, ya lo tendrían que haber encarcelado de por vida. Lo de conculcar los mandamientos de la Ley de Dios es que lo llevan en la sangre. Los precog de “Minority Report” se volverían locos en este mundo real del capitalismo, previendo una media de doscientos asesinatos por segundo. Insisto: hay muchas maneras de matar. 




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Rapa. Temporada 2

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La serie se sigue llamando “Rapa” pero ya no rapan a los caballos. De hecho, ya no aparecen ni los caballos. La segunda temporada es pura esencia de Ferrol, siempre mirando al mar. Ahora que el personaje de Javier Cámara ya casi no puede caminar se terminaron las batidas por el monte. Eso, para los picoletos del SEPRONA... La serie ha subido de nivel y ahora todo es rastreo científico y seguimiento con radares. Es el Ferrol, sí, pero parece California. ¿Existirá acaso otro Ferrol en California? ¿Le habrán quitado también lo del "Caudillo”? ¿O ese Ferrol americano nunca lo tuvo?

En las escenas de ambientación aparece un caballo de hierro de vez en cuando, pero el tren, en "Rapa", no tiene ninguna incidencia sobre las tramas. Todo gira alrededor de un coche robado y de un buque de la Armada. El lumpen de las calles y el otro lumpen -mejor vestido y mejor afeitado- de los militares. “Curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir”, decía Makinavaja. A mí los milicos siempre me han dado miedo. Los salvapatrias serán todo lo democráticos que tú quieras, pero algunos -varios, muchos- nos fusilarían a los rojos si les dieran la oportunidad. Una vez pasé justo por allí delante, por el arsenal del Ferrol, y parecía exactamente lo que sale en la serie: todo muros, y garitas, y secretismo: un mundo aparte con leyes propias y conspiraciones anticomunistas.

“Rapa”, como thriller policial, sigue siendo un poco carpetovetónica. Hay pistas tontas, trucos sucios, casualidades que sólo pueden producirse en el multiverso. Todo a la vez en todas partes. La serie es ingeniosa pero cutre. Entretiene y poco más. Eso sí: está por encima del producto medio que ofrece Movistar +. La serie se hundiría si no fuera por Javier Cámara y por Mónica López. Ellos sostienen cualquier desaguisado en el guion. Tienen química, presencia, mala hostia... Javier Cámara sí que necesitaba una buena rapa de su barba; Mónica, por su parte, sigue luciendo sin complejos su arrugada madurez. Podrían haber puesto a una tía buena -se me ocurren unas cuantas- pero ya no sería lo mismo.





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Nevenka

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Ahora mismo en La Pedanía no se habla de otra cosa. Y es natural: Nevenka y el ex alcalde vivían apenas a cinco kilómetros de aquí, en Ciudad Capital. Y ahora, con la película de Icíar Bollaín, se han reabierto las viejas tertulias. Iba a decir las viejas heridas, pero aquí la gente sólo sangra si se joden los pimientos o si reaparece Puigdemont. Tan cerca y tan lejos...

Por aquí hay vecinos que los conocieron -o que dicen que los conocieron- en plena movida judicial. Pero ya sabemos cómo son estas cosas. ¿Que el alcalde entre en el bar y salude a la concurrencia es “conocerle”? Porque muchos se dicen enterados de la trama por eso y poco más. El caso es fardar. 

Para mi sorpresa, aún son muchos lo que le defienden y tiran de diccionario de sinónimos para hablar de Nevenka. Son esos hombres -casi todos son hombres- que cuando sale el tema simplemente se callan. La presión social les obliga a no cuestionar en público el dictamen de los tribunales. Pero si los pillas a solas van asomando la patita hasta que te haces el tonto y carraspeas. Casualmente todos votan al PP, o a VOX, o a cosas incluso peores. Defienden a Ismael porque es uno de los suyos y ya está. No se hacen más preguntas. Es un código del hampa. 

Lo decente en este caso es estar con Nevenka Fernández. Sin embargo, mientras veía el documental, yo intentaba que ella me cayera bien al 100% y no lo conseguí. Creo en lo que dice, y alabo su valentía, pero no dejo de pensar que ella fue concejala de Hacienda en un ayuntamiento pepero y muy pepero. Esa mancha siempre la llevará. Que me expliquen qué diferencia hay entre llevar las cuentas de una corporación del PP y llevar las cuentas de una "famiglia" con negocios inmobiliarios. Apenas nada: enredos de leguleyos que te permiten robar dentro de la ley.

Cuando Nevenka llora algo se te revuelve en las tripas, pero no dejo de imaginármela en su despacho de concejala, trabajando en pro de los que más tienen, viendo y dejando pasar, compinchada con los de siempre, fascinada -al principio- por ese engominado con negocios nocturnos que al final le arruinó la vida por la santa voluntad de sus borsalinos. 





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Sangre y dinero

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Viendo los primeros episodios pensé que “Sangre y dinero” se merecía las cinco estrellas que otorga esta modesta revista de provincias, siempre escorada hacia la izquierda. “Sangre y dinero” es una serie basada en hechos reales, sí, pero también es un alegato socialista  contra esos hijos de puta que roban al Estado y luego nos dejan sin carriles bici ni ambulatorios. Y es que hay muchas formas de robar: legales e ilegales, plebeyas y coronadas, a punta de pistola y a punta de corbata.

Luego, con el correr de la trama, aunque el socialismo seguía burbujeando por mis venas, rebajé las estrellas a cuatro porque los malotes repetían una y otra vez la misma escena de lanzar billetes al aire despreciándolos como confeti. Doce episodios, como sucede casi siempre, son demasiados. “Sangre y dinero” promete mucho pero luego se desinfla. En eso es igual que la mayoría de las series. Igual que la vida... Nos explican una y otra vez los asuntos triviales como si fuéramos bobos y luego, la chicha de la cuestión, la mecánica financiera del robo del IVA, la tienes que buscar en internet para enterarte. 

La malévola conclusión es que había unos ladrones por un lado y un Estado deseando ser robado por el otro. Al final resultó que Alí Babá había formado dos equipos coordinados de 20 ladrones cada uno. Y en el medio, pobrecito, luchando contra todos con su espada láser de juguete, un funcionario ímprobo, un Vincent Lindon imperial que resiste cualquier soborno sexual o monetario que le lancen a la cara. De hecho, “Sangre y dinero” es casi el remake a la francesa de “El lobo de Wall Street”, aquella historia del ladrón que siempre volvía a casa en yate y del policía que le perseguía y que volvía a la suya en el metro cochambroso.

La pregunta que yo me hacía mientras veía la serie es: ¿cuál será el posicionamiento ético de la mayoría de espectadores de Movistar +? Por pura estadística -y además sesgada, porque aquí los abonados suelen ser gente de dinero- muchos simpatizarán antes con los estafadores que con el funcionario que los persigue. Justo al revés de lo que dicta la decencia... Cuando votas al PP y a cosas peores es porque también sueñas con pegarte esa vidorra de criminal a costa de hurtarle recursos al Estado. El velero llamado Libertad. 




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