O corno

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“Curas, guardias, chorizos y otras gentes de mal vivir”: en aquella portada del Makinavaja salían un obispo orondo y un picoleto con cara de mostrenco, y Maki y Popeye en representación de los chorizos. ¿Hemos avanzado algo en estos últimos treinta años? Pues sí, la verdad, un poco. Los curas van desapareciendo poco a poco del escosistema, los picoletos saludan y dicen buenos días cuando te interceptan en la carretera y los chorizos ya no te navajean en las esquinas sino que te atracan a través de las comisiones bancarias y de las subidas de los precios. 

Pero en 1971, en los tiempos de “O corno”, los curas mandaban mucho en España. De hecho, eran los amos del país. Incluso los tecnócratas que se ocupan de lo económico pertenecían al Opus Dei y a sectas parecidas. Franco no era más que un muñeco sanguinario – el “Chucky del Ferrol”- al que un arzobispo manejaba con la mano metida por su culo. España, en 1971, era una teocracía iraní con ayatolás bien afeitados que llevaban un pin de Jesucristo en la solapa. Nada que envidiar. 

La gente, acogotada por el catecismo, andaba bien jodida en lo sexual. Es decir: mal jodida. Se follaba poco, y mal, y a escondidas, y con consecuencias devastadoras para las mujeres en caso de embarazo no deseado. En caso de tal, las hijas de los hijos de puta volaban a Londres y de paso compraban unos cuantos discos que por aquí no se encontraban. Pero las hijas de los pobres se veían abocadas a la percha o a la “medicina tradicional” de las curanderas. España era como Rumanía en la película aquella... Tampoco nada que envidiar. Un medievo con suecas en Benidorm.

En esto del aborto, la verdad, tampoco hemos avanzado gran cosa. Ahora es legal, pero según donde vivas es impracticable en muchos kilómetros a la redonda. Y no siempre gratuito si te van cerrando las puertas en las narices. Es una puta vergüenza. Los médicos carcas aún siguen mandando lo suyo. De hecho, han heredado la moral de los ayatolás. Los fachas, como la vida, siempre se abren camino.

¿Y la película?: pues un rollo. La enésima producción española ensalzada por la crítica porque “hay que hacer industria”. Yo lo entiendo, pero es un engaño al espectador. "O corno" es, como mucho, una curiosidad. Menos mal que ahora, gracias a internet, también opinamos los hijos de la portera. Y de la partera.




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Creatura

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¿Una película valiente? ¿Por qué? ¿Porque sale una mujer masturbándose en riguroso directo? No sé... estamos en el año 2024. Si nos atenemos a ese criterio, el Pornhub está lleno de gente valiente que filma sus autosatisfacciones. Un comando de kamikazes, vamos. "Creatura" no es la primera película "respetable" que muestra a una mujer con un dedo bajo las bragas. Menuda tontería de meritocracia.

¿Una película atrevida? ¿Por qué? ¿Porque sale una pareja hablando de sus cosas sexuales, que si ponte tú encima o no me toques de esa manera? Insisto: estamos en el año 2024. Lo raro es lo contrario. Ya no tiene ningún mérito cinematográfico ni humanístico. La educación sexual en los institutos -quien la tuvo- no sirvió para nada porque todo el mundo iba a descojonarse, a reírse del ponente, pero la educación sexual de la vida sí nos ha enseñado a dialogar y a capear los egoísmos. Una pareja sentada al borde de la cama -y no ejercitándose sobre ella- también forma parte de nuestra educación sentimental.

Entonces, ¿por qué tanta alabanza, tanto adjetivo, tanto aplauso casi unánime de la crítica? “Creatura” es aburrida como una paja sin deseo. Chas-chás y a otra cosa, mariposa. La otra película de Elena Martín, “Júlia ist”, era bastante mejor. Arrojaba más luz sobre el universo femenino. Tenía más enjundia sin resultar tan psicoanalítica. 

“Creatura” no explica nada. El misterio de la sexualidad intermitente y caprichosa de Mila nunca se desvela. O a lo mejor se trataba de eso, de no desevlar. También entiendo que rodar una película sobre el deseo masculino es una suprema tontería. Nuestro deseo es lineal, constante, previsible. Es una ecuación de primer grado. Nos apetece siempre y a todas horas, como un “Seven eleven” abierto 24 horas. Entre y sírvase. El deseo femenino, en cambio, es un mandala, un fractal, un barroquismo de volverse uno tarumba. Y “Creatura”, en eso, nos deja como estábamos. Es más: lo deja todo más oscuro todavía. Un tocamiento subrepticio.





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Larry David. Temporada 4

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Larry David me cae de puta madre aunque sea millonario. El día que los soviets de California tomen el Palacio de Invierno y los palacetes de verano, yo intercederé por él ante mis camaradas. Porque Larry se ha currado su vidorra de verdad. Se la merece. Él no es un empresario al uso, un cerdo capitalista con sombrero de copa y habano Montecristo. No es un hijo de puta que ha amasado su fortuna explotando a los trabajadores. No se merece picar piedra en el desierto de Mojave. 

Larry es un tipo legal, ingenioso, mi superhéroe del humor. El espejo cachondo en el que me veo reflejado. A Larry se le ocurrió una idea genial, la compartió con Jerry Seinfeld y juntos crearon la mejor telecomedia de todos los tiempos. Ése es todo su pecado. Todos los dólares que le lluevan encima son pocos. Cuando a los demás ricachones los expoliemos, a él le dejaremos tranquilo en su chalet viendo los deportes por la tele.

Porque, además, si yo fuera millonario, sería como él. “If I were a rich man...” En cierto modo él es un quintacolumnista del proletariado. Un millonario sin alma de ricachón. Él va que chuta con una camiseta y un pantalón prêt-à-porter. Sólo se viste de etiqueta cuando su esposa se lo pide o cuando tiene que venderle un nuevo proyecto a la HBO o a la NBC. Yo eso lo entiendo. La vida te demanda cosas, te exige sacrificios para follar o para agradar a tus superiores. Yo también tengo ropa medio sofisticada en el armario para las grandes ocasiones... Es verdad que mis amantes me obligaron a comprarla, pero la tengo.

Larry prefiere un hot dog en el estadido de béisbol a un plato sofisticado en el restaurante más pijotero. Ya digo que es un poco como yo, que también prefiero un buen kebab a una “experiencia” en el "Diverxo" de los cojones. Y si yo estuviera forrado como él también jugaría al golf los domingos por la mañana. No se lo echo en cara. Me flipa ese deporte. Es la mezcla ideal entre el paseo campestre y el ejercicio de precisión, y de templanza. Me pasaría horas en los campos, aprendiendo, disfrutando, jugando a ser el clasista asqueroso que no soy. Espiando desde dentro a esa gentuza.




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¿Qué me pasa, doctor?

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Mientras los coches se perseguían sin tregua por las calles de San Francisco me puse a recordar las películas ambientadas en la ciudad y me salían unas cuantas: “Vértigo”, “Bullitt”, “Mi nombre es Harvey Milk”, “El origen del planeta de los simios”... Y “Las calles de San Francisco”, claro, que no era una película, pero sí una serie de mi infancia.

Si sumara todas las horas de mi vida que he pasado en San Francisco -sin contar los partidos de los Golden State Warriors jugando como locales- casi me sale un día entero haciendo turismo por sus cuestas empinadas y sus calles que de pronto desembocan en el mar.

En la puta locura de esta película también me acordé mucho de Carlos Pumares, pobrecito, cuando un día abroncó a un oyente por decir que Barbra Streisand, además de cantar como los ángeles, le parecía muy guapa. 

- Cantar, canta como Dios -le dijo Pumares-. ¿Pero guapa? ¡Pero si es bizca! ¡Y tiene una nariz kilométrica! ¿Guapa, la Streisand...? Hombre, por Dios... ¿Usted se ha fijado bien? Pero eso sí: despertarse a su lado mientras te canta al oído yo lo firmo. Eso sí. ¿Pero guapa...?

Y me acordé de esto porque en “¿Qué me pasa, doctor?” Barbra Streisand está realmente guapa: bizca, sí, y narizona, porque eso viene de natura, pero guapa. Un fifty/fifty entre Pumares y su oyente. También es verdad que Barbra tenía entonces treinta años y eso ayuda mucho a la guapura. Pero está luminosa, simpática, brillante... No le hace falta cantar para que tiemble el pajarillo en nuestros corazones.

De todos modos, yo había venido aquí para hacerle un homenaje a Ryan O’Neal -que salió este año contra su voluntad en el In Memoriam de los Oscar- y me encontré, casi sin quererlo, con una comedia que aguanta cojonudamente el paso del tiempo. Otros clásicos se te caen de los párpados o te resbalan por las meninges, pero éste no. La fórmula chico busca chica -en este caso es al revés- seguirá funcionando hasta el fin de los tiempos evolutivos. 


Diálogo para el recuerdo: 

Barbra: Amor significa no tener que decir nunca lo siento.

Ryan (precisamente Ryan): Eso es lo más tonto que he oído nunca.





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Agente contrainteligente

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Caca, culo, pedo, pis... y semen. Así es el humor de Sacha Baron Cohen. Leche, cacao, avellanas y azúcar: nocilla. Una escatología muy completa y nutritiva. Y si luego mezclas los ingredientes con una sátira política que también es para mearse de la risa, o para cagarse por la pata abajo -incluso para correrse del gusto con un golpe de barriga- ya tienes una película tan divertida como “Agente contrainteligente”: la versión loca de Borat haciéndose pasar por 007.

Sacha Baron Cohen podría enviarnos el mismo mensaje social haciendo películas al estilo de su compatriota Ken Loach, cojonudas pero tristes, circunspectas y trágicas. Pero él prefiere camuflar la medicina en un excipiente más jovial y guarrindongo. Y en vez de por la boca, metérnosla por el culo, a manera de supositorio. Quiero decir que Sacha es un cerdo cavernícola solo en apariencia, porque por debajo hay un tipo muy serio que conoce los males del mundo y propone maneras inservibles pero muy divertidas de acabar con los hijos de puta.

Yo, al menos, que crecí en la barriada, en los bajos fondos de León, me mondo con sus muy marranas ocurrencias. Sucede, además, que el bueno de Sacha tiene una manera muy retorcida de estirar los chistes que él sabe más ofensivos para las beatas y las maestras de escuela. Y eso es oro puro... No solo les mete el dedo en el ojo y el pene en las meninges, sino que además los retuerce con una saña malévola. Es mi puto ídolo. Un genio. Un provocador maravilloso. 

Las maestras de mi colegio -las maestras del ancho mundo en general- se desmayarían viendo los gags más pervertidos de “Agente contrainteligente”. Vomitarían la cena, o quedarían traumatizadas, o lanzarían una campaña de quejas en internet. Me imagino sus reacciones en el sofá y mi carcajada se multiplica por dos o por cien. Gracias, de verdad, amigo Sacha.





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Esta casa es una ruina

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El mensaje de la película es que todo se puede arreglar “si tiene buenos cimientos”. Lo mismo las casas que los amores, por muy derruidos que nos parezcan. La teoría parece correcta, pero habría que definir con precisión qué es eso de “los buenos cimientos”. Porque yo he visto chozas de cuatro palos -habitacionales y románticas- que resistieron el paso de los vendavales y mansiones excavadas en la roca que se desplomaron con el primer soplido del lobo feroz. O sea: que zarandajas. Mensajes happy flowers en la américa reaganiana del optimismo.

En el fondo, por debajo de cualquier otro argumento, la ultrametáfora de que USA es una nación sólida que solo necesita reformas puntuales.

La película no está mal. Te ríes con cuatro chorradas y ya está. Te ríes, sobre todo, cuando Tom Hanks se ríe de ese modo tan particular. Pero de estas nimiedades a lo del “clásico del humor americano” media un abismo de tres pares cojones. La culpa es de ellos, de los nostálgicos de los años ochenta, que no dejan de dar la brasa. ¿No se puede ser nostálgico y crítico a la vez? Pero ellos nada: si la película pertenece a su infancia o a su adolescencia, obra maestra; y si es anterior o posterior, entonces ya sacan los cuchillos de la lógica. Son insoportables en realidad.

Por lo demás, “Esta casa es una ruina” nos recuerda que gran parte de nuestra felicidad personal no está en el amor ni en la filosofía, sino en la comodidad que prestan nuestros hogares. Qué sería de nosotros si de pronto saliera barro por los grifos o ya no hubiera agua caliente para asearnos. Cómo nos las íbamos a apañar sin la luz eléctrica que da vida a las bombillas, a la tele, a la máquina de afeitar. Al microondas de desayunar y al router de comunicarse. Se nos iba a ir cualquier felicidad por el sumidero si las paredes se desconcharan, los techos se desplomaran y las goteras nos inundaran. La mala hostia iba a ser guapa; y la discusión con la parienta, permanente. Estrés and no sex. 

Por mucho que digan, vivir en un poblado chabolista de Nigeria ayuda poco al bienestar emocional. 




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¿Qué pasa con Bob?

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Mayra Gómez Kemp: ¡Qué suerte ha tenido nuestra pareja de cinéfilos! Por veinticinco pesetas: títulos de películas de Bill Murray que permanezcan en el recuerdo. Como por ejemplo, “Los cazafantasmas”. Un, dos, tres, responda otra vez...

Maromo: Los cazafantasmas.

Maroma: El pelotón chiflado.

Maromo (tras mirar a su pareja alarmado y luego aliviado): Atrapado en el tiempo.

Maroma: Lost in translation.

Maromo: Broken flowers.

Maroma: Life aquatic.

Maromo: El día de la marmota...


(sonido horrísono de campanas y bocinas)


La más alta de las hermanas Hurtado:

No entiendo ni torta:

“Atrapado en el tiempo”

es igual que la marmota.


(Risas entre el público, jaleadas por el regidor)


Mayra (de pronto poseída por el espíritu maligno de los ripios):

No lo entiende ni Dios:

que siendo tan buena 

de risas a go-gó

con un loco inteligente

y un psiquiatra so cabrón,

ya no quede apenas nadie

ni siquiera culturón

que recuerde las andanzas

del zopenco de don Bob


(más risas forzadas entre el público)


Mayra (ya recompuesta de su trance): ¡Ay, qué pena! Mira que había películas de Bill Murray para recordar y habéis dicho dos veces la misma... (Y de pronto, poseída esta vez por un demonio iracundo): ¿Se puede saber qué hostias os pasa a todos con “¿Qué pasa con Bob?”? ¿No les parece suficientemente buena a los señoritos? No lo entiendo...


(Pausa repentina para la publicidad)


Mayra (ya de regreso, como si tal cosa): Dinos, Maika: ¿cómo ha ido el recuento de respuestas?

Maika, la azafata buenorra: Pues han sido 6 respuestas acertadas, a 25 pesetas cada una... (teclea en su calculadora Casio) ¡150 pesetas!

Mayra: ¡Un aplauso para nuestros concursantes de Teruel, tonto ella y tonto él!




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Los ensayos

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En aquel manojo de sueños que cantaba Serrat en “Seria fantàstic” faltaba uno cojonudo: poder ensayar los momentos decisivos antes de acometerlos. Gozar de la oportunidad de interactuar con actores, y en escenarios calcados a la realidad, antes de pronunciar un “te quiero”, de confesar un pecado, de enfrentarse a un tribunal, de solicitar un puesto de trabajo... De elegir entre la playa y la montaña. Antes, también, de embarcarse en la loca aventura de la paternidad o la maternidad.

La empresa ficticia de Nathan Fielder recoge ese sueño que Serrat no cantó y proporciona tales servicios en “Los ensayos”. Y a coste cero, además, porque Nathan no es un coach sacacuartos a la moderna usanza, sino un millonario filántropo que busca respuestas filosóficas. Tú contactas con él para ensayar un paso decisivo y Nathan, con sus recursos ilimitados, te monta una realidad paralela en la que puedes practicar hasta dar con las palabras exactas y los sentimientos adecuados. Todo está calculado al milímetro, previsto en unos diagramas complejísimos de toma de decisiones. La sinopsis de la serie ya es una puta locura, pero ningún espectador está advertido de la putísima locura que le espera en realidad... Cuando pensábamos que ya lo habíamos visto todo, vino Nathan Fielder a introducir un “casi” en nuestro empacho de espectadores.

El demiurgo también necesita ensayar su puesta en escena. Medir riesgos y daños colaterales. Nathan ensaya nuestros ensayos con otro grupo de actores, en otra pre-realidad que antecede y determina nuestro destino. Y ya puestos: ¿por qué no ensayar también el preensayo...? La locura es absoluta. La serie es genial. No encaja en ningún género conocido. ¿Una comedia existencial sobre el control de nuestras acciones? ¿Estamos condenados a repetirnos o podemos instruir al homúnculo de nuestra cocorota? Da igual: nunca sabremos si Nathan Fielder nos toma por tontos o nos considera tan inteligentes que nos ha hecho dignos de sus locuras. Creo que “Los ensayos” fue rodada justo antes de que le metieran en un frenopático. A ver si nos lo sueltan pronto. Hay un "to be continued" en lontananza.




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