Rick and Morty. Temporada 1

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A uno de mis abuelos no le conocí, y el otro nunca me llevó a planetas extraños, ni a dimensiones desconocidas. Por no llevarme, no me llevó ni a la casa del pueblo, que ya no existía, porque lo había vendido todo de joven para venirse a la ciudad.

    Mi abuelo, en la mesa de su cocina, jugaba con las cartas al solitario. Era su matarratos habitual. Su otro pasatiempo era pasearse hasta al centro cívico para jugar a las cartas. Mi abuelo, como casi todos los abuelos del mundo, no sabía nada de probetas, de artilugios nucleares, de condensadores de fluzo para viajar por el tiempo. Qué más hubiera querido yo que tener un abuelo genial y borrachín como Rick, el abuelo de Morty, para escapar de la vida aburrida de León. Para hacerme invisible, visitar Marte, descubrir elixires que me hicieran irresistible para las chicas...  Pero mi abuelo tridimensional sólo sabía de sotas y caballos, de ases y reyes, que ordenaba sobre el hule de la cocina, o sobre la formica del centro de mayores.



    Cuando a mi hermana y a mí nos llevaban de visita, mi abuelo nos saludaba sin levantarse de la silla, nos hacía dos preguntas protocolarias sobre la salud y el colegio, y volvía a enfrascarse en sus partidas solitarias, en las que solía hacerse pequeñas trampas cuando el juego se trababa. Ahí aprendí yo esa expresión de “hacerse trampas al solitario”, que me gusta tanto para algunas cosas de la vida. Mientras mi abuela nos ofrecía unas pastas y un cola-cao caliente, mi abuelo se abismaba en la sucesión numérica de las cartas, como un enigma matemático de esos que ocupan la mente de Rick, aunque salvando las distancias, claro. Yo siempre tomé a mi abuelo por un simple sin conversación, sin mundo, sin saberes, pero quizá era yo, después de todo, el simple. Quizá, donde yo soló veía una baraja de Heraclio Fournier desgastada y desordenada, mi abuelo, justo cuando no le mirábamos, construía puertas dimensionales que lo trasladaban a otros rincones del universo donde a veces se le olvidaba la boina y a veces no, porque unas veces nos recibía con ella puesta, y otras no.