Vida suspendida

Sería mejor, en estos días de vida suspendida, de vida que espera en la sala de embarque, renunciar del todo a la pasión por el cine, pues todo lo que veo transita por mi digestión sin aportar energías ni proteínas. Sobrevuelo las ficciones con la única intención de traer comida a este diario, que pía hambriento en su nido. Se me clavan en el alma sus chillidos de bicho desamparado. Me puede más la responsabilidad de alimentarlo que las ganas verdaderas de seguir tecleando mis cinefilias, que no tienen doctorado ni universidad. Tengo, además, un compromiso adquirido con los cuatro gatos que a veces rebuscan por aquí, a la caza del chascarrillo, de la recomendación que nunca escribo. No puedo defraudarlos. Son pocos y volátiles, pero son los únicos lectores que tengo. Sin ellos estaría escribiendo para los fantasmas, o para los arqueólogos del futuro.

    Si escribo, también, es para esconderme detrás de la tapa del ordenador, y que la vida no me vea, no me detecte, siempre emisaria de nuevas frustraciones. Me escondo de la gente como hacía Charles Bukowski en su ecosistema. Hoy, releyendo "El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco", me encontré con esto...

    “La gente me vacía. Tengo que alejarme para volver a llenarme. Lo mejor para mí soy yo mismo; quedarme aquí encorvado, fumando un cigarro y viendo como aparecen las palabras en esta pantalla. Es raro conocer a una persona inusual o interesante.”

    Y cuando aparece, se va. Como si nunca hubiese existido.