🌟🌟🌟
Ya sé que le he puesto tres estrellas ahí arriba, en la
crítica, llevado por la nostalgia de los viejos tiempos, pero tampoco quisiera
engañar al lector o a la lectora: Tras el corazón verde es más bien
mala, absurda, y ha envejecido como el vinagre y no como el buen vino. Le han
caído los años como costras, como lamparones en la piel, desde que mis amigos y
yo la alquilábamos en el videoclub para enamorarnos de Kathleen Turner y sentir
el vértigo de las persecuciones y los tiroteos. Que además tenían lugar en la
selva de Sudamérica, y aquello era como volver a ver a Indiana Jones en acción,
con las lianas y las serpientes, el chiste ocurrente y la rubia jamona que le
acompañaba en la aventura.
En 1984 yo todavía era un niño muy impresionable, un cinéfilo
muy lejos de David Lynch o de Eric Rohmer, y cualquier majadería de persecución
al estilo Equipo A me dejaba boquiabierto. Ahora, enfrentado a las viejas películas,
no termino de entender aquella fascinación por la violencia que sólo era un
pim, pam, pum y una exhibición idiota de las armas. Una cosa que en realidad se
rodaba para los adolescentes de Oklahoma, inmersos en la cultura del rifle, del
fusil automático, del voy a salir el domingo con papá a pegar unas ráfagas por
el monte, y no para nosotros, los chavales de León, que el único fusil que
habíamos visto en nuestra vida era el cetme de los soldados que hacían guardia
en el cuartel.
Lo único que no ha envejecido en Tras el corazón verde
es el amor de este cuarentón por la belleza de Kathleen Turner, que se preservó
en los fotogramas antes de que la enfermedad la retirara. Una vez conocí a una
mujer encantadora que me enviaba corazones verdes para indicar que le gustaban
mis comentarios y mis escritos, y eran corazones verdes muy parecidos a esta esmeralda
de la película. Nunca lo entendí muy bien, la verdad, porque en internet se dice
que el corazón verde es una expresión de amor por la naturaleza, o una
expresión de celos entre los amantes, y en nuestro caso ni lo uno ni lo otro.
Una vez se lo dije, ella me dijo que ok, que tomaba nota, y volvió a enviarme
un corazón verde al final de sus palabras. Quizá soy yo el equivocado después de
todo, así que nada: le dedico un corazón verde a Kathleen Turner, y a aquella mujer, por los
viejos tiempos, signifique lo que signifique.
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