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En la novela de Nabokov, Lolita tenía 12 años. En la película, para amortiguar el escándalo, le pusieron 14. Y para que todo fuera menos tenebroso y retorcido, eligieron a una actriz de 16 años para el papel. Una actriz que además, cuando miraba por encima de las gafas de sol, parecía tener los mismos años que el mundo desde que es mundo. No sé cuántos, pero desde luego muchos más.
Hoy en día todo esto es inadmisible. Nadie se atrevería a
volver sobre los pasos de la nínfula de Nabokov. No hay manera. Es material explosivo,
radioactivo, condenatorio. Lolita es una novela que ya no puede llevarse a los sitios
públicos. Siempre habría alguien que te insultaría al pasar, que te llamaría
pederasta, o amigo de los pederastas, o banalizador de la pederastia. La camarera, o el camarero, te escupiría en el café antes de servírtelo. Habría conocidos que se harían los suecos al pasar y no te saludarían. La última vez que la leí la novela
-y juro que no miento- yo la llevaba en la mochila con las cubiertas cambiadas,
de otra novela de la misma colección, como un terrorista que fuera por ahí con
las matrículas del coche cambiadas.
La película, por supuesto, ya sólo puede verse en la
intimidad. No creo que nadie tenga el valor de volver a programarla en un
cineclub, en una retrospectiva, en una sesión clandestina de la tele. Al responsable le montarían un escrache, le sabotearían la
proyección, le llamarían delincuente, criminal, pornógrafo de lo infantil. De todo menos bonito. A él y a todos los espectadores que sólo estaban allí para ver una película de Stanley Kubrick.
Lolita sigue siendo una obra maestra, pero ya es una película muerta. De
hecho, yo no debería ni hablar de ella. No, al menos, en este foro público. Sólo
entre amigos, en bares ruidosos, sin nadie alrededor. Nunca sabes quién puede estar
malinterpretando, sobreanalizando, wasapeando
a una amiga para decirle que acaba de desarticular una banda de abusadores. Con
Lolita ya sólo se puede hacer esto: mencionarla. Constatar que los
tiempos han cambiado. Y que las grandes películas permanecen. Ni siquiera me
he atrevido a ilustrar la entrada con una foto de Lolita. Sólo salen sus pies. Ya
estoy mostrando demasiado. Escribiendo demasiado.
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