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No sé qué pensaría Ana Botella de la boda de Rosa si viera la
película. Pero no creo que la vea nunca, la verdad, porque Ana ya sólo ve las películas
de José Luis Garci, tan relamidas y moralizantes. Garci tuvo su época de rojerío,
es cierto, allá por la Transición, pero luego volvió al redil gracias a que
José Mari, cuando le invitaba a la Moncloa, le leía la cartilla y le enseñaba
de nuevo los Diez Mandamientos que venían en el Parvulito. Ana Botella nunca ve
películas de rojos, ni de rojas, como las que rueda Icíar Bollaín, que lo mismo
te denuncian un maltrato que una pobreza, una exclusión que un latrocinio.
A doña Ana, que las
manzanas se casaran con las manzanas ya le parecía el fin de la civilización occidental.
Un día, muy cabreada, dijo ante un micrófono de 13 TV que lo próximo que aprobarían
los comunistas serían las bodas de los dueños con sus perros, o con sus gatos, ni
siquiera fruta con fruta, sino fruta con... a saber qué, y ahí se perdió, en la
metáfora, la señora Botella, porque ya sabemos que ella, para la poesía, se
maneja mucho mejor en el inglés de Walt Whitman. Así que no sé: le daría un
soponcio, supongo, si viera a Rosa casarse consigo misma en una cala de Benicassim,
rodeada de sus familiares incrédulos, que la toman por enajenada, o por demasiado
estresada en su trabajo. ¿Cómo hacer una metáfora de la manzana que se casa...
consigo misma? ¿Qué queda, después de esto? ¿Qué será lo próximo que profanen
los bolivarianos en el poder?
Y dicho todo esto, la película de Icíar Bollaín es bienintencionada
pero fallida. Bordea el ridículo en alguna escena. Sólo la presencia de Candela
Peña, que es un animal cinematográfico, salva esta historia del estropicio absoluto. También es verdad que en esta casa siempre se ha querido mucho a Candela Peña.
Cuando empezó, porque se parecía mucho a una pariente muy querida, como dos
gotas de agua, en el fenotipo y en la gestualidad. Luego, porque se convirtió
en una actriz de las que te hacen reír y llorar, estremecerte y enternecerte. Una
rellenaplanos descomunal. Y ahora, porque cada dos semanas aparece en La
Resistencia para participar en la cuchipanda de David Broncano y sus secuaces,
regalándonos diez minutos de telegenia que son lo más bizarro y divertido de la
programación actual. Vaya por ella, el esfuerzo de aguantar hasta el final La
boda de Rosa.
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