Brácula: Condemor II

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Brácula: Condemor II es una película terrorífica, vaya esto por delante. Pero no terrorífica de dar miedo, claro, sino de ser mala. Mala a conciencia, a dolor, a todo lo que da el malímetro cuando los responsables se lanzan por la autopista.  Tengo muchas dudas de que Brácula llegue a ser incluso una película. Es más bien una cachondada, una merluzada, un sketch tonto rodado para la televisión. Reducida en minutos, y ya que participa en ella Bigote Arrocet, podría haber amenizado un interludio del Un, dos, tres de mi infancia, cuando Mayra Gómez Kemp daba a paso a los humoristas casi siempre lamentables que traían la Ruperta o el apartamento en Torrevieja, Alicante, escondido en un obsequio que dejaban sobre la mesa. 


Yo, de toda aquella trupé, sólo me reía con Antonio Ozores -que el Señor tenga en su gloria- porque Ozores hacía un número de trastabille verbal que era como el farfulle de mucha gente que conocíamos en la realidad, en el barrio de León, y al final él lo remataba con un “¡No hija, no!” tan misterioso como descacharrante. Yo aún lo digo por ahí,  “¡No hija, no!”, a mis casi cincuenta palos, para rematar alguna conversación con una gracia que pretende ser la hostia de original y de vintage, pero que luego nadie entiende. Y menos que nadie, las mujeres guapas.


Y dicho todo esto, para que nadie se confunda, sobre todo los lectores que me leen, porque los lectores que yo sueño ya son harina de otro costal, Brácula es una obra maestra porque en ella sale Chiquito de la Calzada soltando todo su repertorio, y eso es justamente lo que yo esperaba de la película: que Chiquito dijera fistro, y pecador, y comoorl, y torpedo sexuar, y guarrerida apañola, y hasta luego Lucas, y que está la cosa tan mala que hay que freír los huevos con “chaliva”. Todito todo, sin dejarse nada en el tintero de Barbate. De hecho, he visto la película con un cuaderno sobre las rodillas en el que tenía anotadas todas sus averías del lenguaje, y la verdad sea dicha, no le ha faltado ni una. Y además las ha soltado disfrazado de Gary Oldman en el Drácula de Coppola, que es un homenaje que a mí me conmueve y me llega hasta la entraña.