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La fórmula de los hermanos Marx era siempre la misma. Pero dependiendo
del director, o de las necesidades del estudio, variaban la proporción de los
ingredientes. Por eso unas veces les salían clásicos maravillosos como “Sopa de
ganso”, o “Una noche en la ópera”, y otras películas de compromiso, que
hacían reír con cuatro bobadas y llenaban sus bolsillos con la recaudación. Los
hermanos Marx, antes que inmortales, eran unos profesionales del vodevil, y producían
entretenimientos para seguir manteniendo su estilo de vida: Groucho sus
inversiones, y Chico sus vicios, y Harpo, su vida sosegada y ejemplar. Y Zeppo
y Beppo.., bueno, en fin, los buscaré en la Wikipedia.
“Una tarde en el circo” es película de relleno, de segunda
categoría. Engrose de filmografía. Los culturetas, al verla en blanco y negro,
y del año treinta y tantos, dirán que es un clásico imprescindible y tal y cual,
porque ellos saltan como un resorte, y son incapaces de contener la alabanza o
el exabrupto, condicionados ya como perros de Pávlov. Escuchan una campana anterior
a 1960 y salivan sin parar; y escuchan otra posterior a Quentin Tarantino y
sueltan espumarajos por la boca. Son incorregibles, y muy plastas. Pero no: “Una tarde en el circo” dista
mucho de ser un clásico, y lo dice un cinéfilo -o lo que sea- que es muy condescendiente
con los hermanos Marx. Con cualquier Marx, en realidad...
En todas las películas marxistas hay que tragar momentos
aburridísimos para llegar a esos tres o cuatro engendros surrealistas que
permanecen en la memoria. Hay que aguantar, en primer lugar, a la parejita de
enamorados que rompe a cantar sus cursilerías, y luego, salpicando el metraje,
los números musicales donde los Marx justifican sus años de conservatorio: el piano de Chico, y el arpa de
Harpo, y la canción cabaretera de Groucho. Entre todo esto, y alguna escena más
entre personajes secundarios, se te va mínimo la mitad de “Una tarde en el
circo”, que uno puede aprovechar tan ricamente para consultar el móvil, o poner
las alubias en remojo. Así es imposible construir una obra maestra. Ni creo que
los Marx lo pretendieran.
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