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Yo sigo diciendo que soy comunista por tocar un poco las
narices, y por provocar a los contertulios de derechas, que cuando me oyen se atragantan,
y posan las cervezas o cogen el teclado para explicarme que Stalin fue un monstruo
todavía mayor que Hitler y que cómo es posible que un tipo como yo, tan culto y
tan leído y tan bla, bla, bla, siga por ahí enarbolando la bandera roja con su
hoz y con su martillo, con la de crímenes que se cometieron bajo su égida -bueno,
“égida” no dicen.
Yo sonrío, y les digo que bueno, que cada loco con su tema, y
que el Madrid juega por la noche y estoy bastante preocupado por su deriva. No
les confieso -para que se jodan - que en realidad yo ya no soy comunista, o al
menos no un comunista de los de antes. Eurocomunista, quizá, de aquellos de
Carrillo y otros arrepentidos. Pero qué palabra más vieja, caray, eurocomunista...
“¿Por qué soy comunista?” es el título
de un libro de Alberto Garzón que yo tengo en la biblioteca, leído y subrayado.
Todo lo que dice don Alberto va a misa, sin cuestionar una coma, así que yo
debería ser comunista como él, con las nueve letras orgullosas. Pero hay algo
en la boca del estómago que me lo impide. Prefiero declararme socialdemócrata
nórdico, o bolchevique rebajado con agua, que viene a ser lo mismo, pero no es
igual. O quizá es que los putos yanquis y su propaganda han conseguido, finalmente,
que la palabra “comunista” se llene de connotaciones, peyorativa y macabra.
No sé... Allá por 1982, cuando me hice comunista porque a la
URSS le robaron un partido en el Mundial de España, los comunistas de aquí apenas
sabían nada del comunismo de allí. Algunos habían vivido exiliados, o habían
estado en largas visitas, pero la KGB siempre se las apañaba para ocultarles
los trapos sucios y el cabreo del ciudadano. O ellos mismos se cegaban,
enamorados del ideal, y no tramitaban en la conciencia lo que era obvio y
denunciable. Cuando cayó el muro de Berlín nos quedamos todos ojipláticos, algunos
alborozados y otros deprimidos. Nos faltaba muchísima información. Hay
películas que ahora nos cuentan las barbaries que nunca conocimos.
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