Los cazafantasmas

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La película es un caca. Una caca ectoplásmica, ya que estamos. De las que no huelen, pero tienen consistencia. Si no estuviera Bill Murray sosteniendo el tenderete, con sus jetos impagables, y sus chistes de cínico ateniense, no la pondrían ni en las nostalgias del TCM, ni en los rastrillos del Canal Hollywood. O la pondrían a horas muy intempestivas, sin anunciarla en las cortinillas. La trama es una memez, los efectos especiales vergonzosos, y Sigourney Weaver, la verdad, por muy sexy que se ponga cuando hace de diosa sumeria, nunca me puso como señorita, ni como señora.

Pero joder, son los cazafantasmas, y los cazafantasmas son amigos de la adolescencia, años ochenta que te cagas, los de Gordon Gekko y Ronald Reagan en la cima de la avaricia, los del PSOE perdiendo las siglas centrales en cada decisión y en cagada. Recuerdo -con una nitidez aplastante, y preocupante, porque dicen que eso es un indicio de la vejez- que vi Los cazafantasmas en el cine Abella de León, con doce años, con los coleguitas de entonces, ya preadolescentes perdidos, aullando como micos entre centenares de semejantes. Los cines de antes... El cine Abella era mi territorio, mi finca particular, porque yo entraba gratis por ser hijo de empleado, y mis amigos conmigo, claro, nunca las chicas que yo deseaba desde la distancia de una acera, que era una distancia, precisamente, como de vivo y de fantasma, o viceversa.

Todo esto podría dar para un río de recuerdos, porque jodó, qué año, 1984, para nada el que imaginó Orwell, pero jodó, qué año, al menos en lo personal, en lo provinciano del colegio y del fútbol, de los segundos amigos y las primeras erecciones. En 1984 no existían los fantasmas, porque habíamos abjurado de cualquier metafísica de los curas, pero sí existía, rotundo, hecho de piedra y ladrillo, el cine Abella, que iba a durar mil años o más en las carteleras. Y luego, lo que son las cosas: el cine Abella cerró y se convirtió en un taller de bicicletas, y casi al mismo tiempo, como fenómenos comunicantes, empezaron a brotar los fantasmas por doquier, de los muertos de León, de los amigos perdidos, de los amores nunca correspondidos.