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Calias: ¿Sabes, Licón, que eres el más rico de los hombres?
Licón: ¡Por Zeus!, yo eso no lo sé.
Calias: ¿Pero no te das cuenta de que no aceptarías los
tesoros del gran Rey a cambio de tu hijo?
Licón: ¡En flagrante me habéis cogido! Soy, al parecer, el
más rico de los hombres.
Esto lo contaba Jenofonte en “El banquete” de Sócrates, y como
es un libro que he leído hace poco -porque si no de qué- lo he recordado
mientras veía “Steve Jobs”. La idea central de la película es que Steve Jobs,
al contrario que Licón, no tenía que elegir entre los tesoros del Gran Rey y el
orgullo de ser padre porque él ya poseía ambas cosas, y podía hacerlas compatibles.
Steve Wozniak le habría dicho, en su lenguaje de ingeniero, que ambos regalos
de la vida no suponen un dilema binario. Que no son excluyentes. Que se puede ser
el puto jefe en Cupertino y el padre molón en la intimidad. Un genio del progreso
y un payasete que sopla la tarta de cumpleaños.
Pero como tal cosa no sucede -porque Steve Jobs a veces sufre
problemas de programación -aparece el drama personal, el desgarro emocional, y Sorkin
aprovecha las aguas revueltas para hacer una obra de teatro cojonuda,
estructurada en tres actos, y ambientada, precisamente, en los teatros donde Jobs
presentaba sus ordenadores revolucionarios. Es allí, en el camerino, mientras
Jobs memoriza las prestaciones y practica la sonrisa, donde sus esclavos le van
recordando que el césar es mortal, y que sufre debilidades, y que tal vez
debería recordar que los seres humanos que le quieren, o que le admiran, o los
seres humanos en general, no son sistemas operativos que puedan arreglarse con
un reset o con un par de voces al ingeniero.
Estos esclavos, ya que están en la faena, también aprovechan
para recordarle que el césar a veces se equivoca. Incluso en asuntos que no están
relacionados con los sentimientos. Que el “campo de distorsión de la realidad
de Steve Jobs” no es un invento sardónico de la prensa, sino un campo magnético
impenetrable que le aísla de los demás. Mientras ellos se lo dicen, Steve se
descojona.
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