Hacks

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Solo cuando termina el último episodio y me pongo a recoger los bártulos me doy cuenta de que no sé qué significa la palabra “hacks”. La he visto sobreimpresionada diez veces, al inicio de cada episodio, en letras grandes como de rótulo para cegatos, o de recuerdo para lerdos, pero yo siempre estaba más pendiente de las primeras líneas de diálogo, o de las mondas de naranja que se iban acumulando en el sofá.  

He pasado 5 horas de mi vida en compañía de una serie que ni siquiera sé cómo se llama... Yo soy así, ya ven, de natural despistado. Es como quien se acuesta con una mujer desconocida y solo al despertar se pregunta si ella se llamará Selena o María de los Remedios. Nunca me ha pasado, pero me sirve de metáfora. ¿Importa el nombre?: pues depende. Si quieres avanzar con esa mujer tendrás que hacerte con su nick bautismal aunque solo sea para añadirlo a los contactos del teléfono, y no poner una X provisional al final de la lista. Y que no te pase como a Jerry Seinfeld en aquel mítico episodio...

Yo, por mi parte, ya sé que el nombre de mi dama significa “hachazos” -brochazos de guionista, o algo parecido- así que creo que voy a proponerle una segunda cita cuando llegue la ocasión. Que llegará, porque los americanos no paran de producir. Es lo que tienen, los americanos...

Y he dicho “creo”, y no “afirmo”, porque “Hacks” es una serie muy divertida, tierna y cachonda al mismo tiempo, muy cercana al ideal del amor; pero viene acompañada de una familia sospechosa que se entromete demasiado. Quiero decir que la gran dama y la simpática zagala protagonizan un duelo de admiración y recelo que es de alta enjundia humorística e incluso literaria. Un conflicto generacional que da para anotar muchas frases en el cuaderno. Pero los personajes secundarios, ay, amenazan poco a poco con hacerse con el timón. Salvo ese señor Lobo de los trámites necesarios, todos los demás moscones estorban cuando salen. “El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco” era el título de los diarios de Charles Bukowski. Espero que Ava y Deborah  no tarden demasiado en volver del restaurante.