Master of none. Temporada 1

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A las ficciones, como a las personas, hay que concederles una segunda oportunidad. Bueno: según, porque hay cosas que son imperdonables. Hay series como cagarros, y personas como mierdas. No todo es segundaoportunizable. Y que se vayan a cagar, los escritores del flower-power. Ahora que estamos, propongo eslóganes parecidos para tazas de desayuno que vayan a la contra. Tazas para la cena, quizá. Un negocio poco explotado de antimensajes y verdades como puños.

La primera vez que vi “Master of none” me quedé como estaba. Ni frío ni calor. No era una comedia, no era un drama: era una cosa rara. Pero las críticas eran cojonudas, y el título me seducía, “maestro de nada”, que es justo lo que yo soy: un chiquilicuatre de la vida que no sirve de ejemplo para los coetáneos, ni para las generaciones venideras. Nada. Todo lo que yo produzco es esto: comentarios chorras sobre ficciones que se pasean por mi tele. Y ya ves: qué ejército de seguidores, y de seguidoras, me siguen el rollo. Ni maestro de opinión ni maestro de refinamientos. Maestro de nada, en efecto.

Entré en la vida medio-ficcional de Aziz Ansari con el ánimo predispuesto, y la sonrisa precalentada, pero no encontré nada a qué agarrarme. Vi tres o cuatro episodios y desistí. Era un momento de mi vida... complicado, y yo, en los momentos jodidos, necesito comedia negra o comedia bestia, perdigonazos en la meninge, y no estas sutilezas del señor Aziz, que vienen mejor para las épocas de estabilidad, o de reconciliación con el mundo. Recuerdo que cuando abandoné la serie me hice una promesa en el sofá: la serie no está tan mal; es, simplemente, que no es el momento. Volveré.

Ahora he vuelto y no me arrepiento. No es que esté reconciliado con el mundo -eso jamás- pero digamos que vivo una tregua. Ni que esté reconciliado conmigo mismo -eso nunca- pero digamos que vivo un descanso. Era el momento exacto para retomar “Master of none”, que tiene episodios tontísimos y episodios magníficos. Días para nada y días inspiradísimos. Y bellísimos. Es... como la vida misma.