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He tenido que llegar a los extras de la edición en DVD, ya a las
doce de la noche, para encontrar un argumento más o menos presentable sobre
“¡Ave, César!” Porque la película en sí es una obra menor en la filmografía de
los Coen; y que conste que una película “menor” de los Coen es una proeza
inalcanzable para la mayoría de sus émulos. Pero la peli da para lo que da:
para hacer cuatro chanzas sobre el viejo Hollywood de los años 50, con sus
sistema de estudios, sus códigos morales y su terror a la infiltración del
comunismo.
Y era un tema cojonudo, mira, el comunismo americano, para ponerme a desarrollar. Porque
además, los hermanos Coen ya te dejan la broma preparada, sólo para que la
calientes en el microondas, con esos comunistas “peligrosísimos” a lo Dalton
Trumbo que en verdad eran intelectuales con coderas. Unos
infelices que aprovechaban sus guiones para meter tres morcillas disimuladas
sobre el estado del Bienestar y la solidaridad entre los obreros. Minucias que Joseph McCarthy convirtió prácticamente en un diluvio de
cabezas nucleares. Aquella locura, sí...
Iba a hablar sobre el comunismo americano, ya digo, pero noto que últimamente estoy muy repetitivo con el tema de la izquierda y sus desviaciones, la izquierda y sus fracasos. La puta izquierda, ay, que me trae a mal traer. Así que busqué otra idea, otra línea argumental, y la encontré en una entrevista que le hacen a Tilda Swinton en el DVD. Tilda -esa mujer no guapa, no fea, pero magnética hasta un punto incomprensible- dice que la gran contradicción del Hollywood clásico siempre estuvo en que allí se fabricaban mundos maravillosos y felices, ensoñaciones de lo humano, y catedrales de la moral, mientras que los propios fabricantes de sueños -los actores y directores, magnates y guionistas- se entregaban en cuerpo y alma al cultivo de todos los vicios: un catálogo espectacular de hombres y mujeres bellísimos, o riquísimos, que se pasaban la vida fornicando, bebiendo, jugando, traicionando, arruinando a sus familias. Probando las nuevas drogas que surgían. Leyendo propaganda comunista, incluso.
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