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Aún me quedan 20 años
para llegar a estas ancianidades de “Sentimos las molestias”. Y eso con
suerte... Pero no es lamento de previejo, o de quejica profesional: es una
prevención estadística, nada más. Hay unas tablas, unas estadísticas, unas
esperanzas de vida... Por otro lado estoy viendo la segunda temporada de “Frasier”
y me siento mucho mejor que el doctor Crane con diez años de más: más lúcido,
más en forma, más... Si hay una procesión del infortunio, ésta va por los
adentros, recitando su letanía.
Pero aunque me falten dos
décadas para estar como Resines y Rellán -la doble R del sonotone, de la Viagra,
del hueso rechinante en cada levantarse del sofà- conviene ir haciendo una
visita por esas edades para tomar conciencia del futuro. No es que uno no sepa,
o que no tenga seres queridos, pero yo, las cosas, hasta que no me las explican
en una ficción, es como si no terminara de creérmelas del todo. Si las personas
cabales buscan certezas en la realidad, yo, atravesado de nacimiento, perdido
para siempre en la otra dimensión, necesito que la pantalla del televisor me diga
que sí, que en efecto, que las cosas son así. Que dentro de unos años me espera
la pitopausia con todas sus complicaciones y también con todas sus
simplicidades. Hay jodiendas que aparecen y jodiendas que, de pronto, se
esfuman en el aire.
Digo esto porque a Resines
y a Rellán les pasan muchas cosas en la serie -tontas y serias-, pero la mayor
parte de sus tribulaciones provienen de aquel verso de Franco Battiato que últimamente
repito mucho en los escritos:
“Y los deseos no
envejecen
a pesar de la edad”.
A ellos también les pasa,
y ahí se dan presos, como diría Rafael Azcona, que hablaba del alivio que le supuso
la pérdida del deseo. El tiempo que se ahorraba, y las energías que reconcentraba.
Maneras de verlo. Dentro de 20 años ya emitiré una opinión.
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