Un polvo desafortunado o porno loco

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“Un polvo desafortunado o porno loco” no es una película porno, aunque comienza como tal: con una mamada filmada sin sombras ni tapujos. En eso, la película es como aquellos anuncios callejeros que ponían SEXO en letras bien gordas, y luego, por debajo, continuaban con “Ahora que ya tenemos su atención...” y pasaban a venderte desde un lote de aspiradoras hasta un acto benéfico en favor de los tetrapléjicos.

La película, por supuesto, secuestra nuestra atención -al menos la mía- pero a los pocos minutos se convierte en eso que los culturetas llaman “un experimento fílmico”: una cosa híbrida entre la película y el documental. Entre la narración de unos hechos y las pedradas de un artista conceptual. Una propuesta rara, indefinible, ganadora en el último Festival de Berlín, de la que te gustaría desprenderte de un manotazo porque sospechas que en el fondo no es más que una tomadura de pelo, pero que se te agarra a los ojos, y a las meninges, porque a veces dice cosas muy sabias y expone argumentos muy contundentes.

Lo que viene a contar “Un polvo desafortunado o porno loco”  es que estamos viviendo una involución de las democracias. Que el fascismo no es que esté resurgiendo, sino que nunca se fue, agazapado como estaba en los contubernios de los bares. Hubo unos años en los que casi nos creímos libres de las banderas nacionales y abrazábamos conceptos universales, transfronterizos, pero todo era mentira y postureo. No era más que el sueño del monstruo, el rearme en secreto de los ejércitos.

Lo que viene a decir esta película rumana es que delante de una pantalla nos sigue escandalizando mucho más una mamada que un acto racista; una masturbación que un desfile militar; un polvo que un himno belicoso; un orgasmo bien disfrutado que un cadáver reventando en una batalla. Una pareja follando que unos niños cantando glorias guerreras en el patio del colegio.