Celtics/Lakers: los mejores enemigos (II)

🌟🌟🌟🌟

Juro y perjuro que yo vi todos aquellos partidos en Televisión Española, y que Ramón Trecet los narraba con mucho salero para los aficionados de toda la vida y también para los que veníamos renegando del fútbol. Porque aquello fue la puta fiebre del baloncesto, después de los Juegos Olímpicos del 84,  y yo era un adolescente tan alto y tan bobo como Jacobo, y jugando al fútbol las piernas se me enredaban, no acertaba ni con los pases ni con los goles, pero gracias al baloncesto podía destacar en un deporte para que por fin las chavalas se fijaran en mí.

Juro y perjuro que yo vi aquellos partidos en riguroso directo, o en riguroso diferido, y que mi corazón iba con los Lakers porque yo era tan desgarbado como Kareem Abdul-Jabbar, y porque mi tiro predilecto, el letal, el que arrancaba aplausos en las gradas imaginarias, era mi gancho de derecha, el sky-hook del barrio de León, un escorzo ya mítico de las ligas escolares que era indefendible y muy patentado. Yo iba con Kareem, a muerte, y con el “showtime”, y con las cheerleaders angelinas y angelicales, y con Magic Johnson y su sonrisa, y he venido a este documental para recordar todo aquello que yo vi: no lo que me contaron, no lo que imaginé, no lo que extrapolé de las revistas, sino lo que vi con estos ojitos que han visto deporte en la tele hasta el desmayo. 

Yo sé que lo vi, este duelo mitológico en tres actos, como la Ilíada y la Odisea, y no sé qué otro libro más, pero internet me desdice una y otra vez, y me escupe que TVE empezó a retransmitir la NBA en el año 88, cuando estos duelos ya eran historia del baloncesto, y empezaban a reinar los Bad Boys criados en Detroit, y estos guerreros homéricos ya estaban en decadencia, lesionándose, retirándose, perdiendo el pelo sobre las canchas. 

Internet refuta mi recuerdo en todas la páginas que consulto, contumaz en su puta sabiduría, y yo ya no sé a quién creer, la verdad, si al texto o a la memoria, y empiezo a pensar que el deseo de haber visto estos duelos fue tan fuerte que cristalizó en una realidad televisiva que nunca existió, y que solo ahora, en un pequeño consuelo, los estoy recobrando gracias a los documentales.