Sala de profesores

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Los profesores -y las profesoras, sí- somos la última mierda del Credo. Nunca supe cuál era la última mierda del Credo, pero da igual: eso somos. Dentro de la comunidad educativa, desde luego, hemos descendido al último puesto del escalafón. Somos los gammas del sistema. Actores -y actrices, sí- secundarios. Terciarios incluso. Cuaternarios como trogloditas. 

Ya no pintamos nada. La falsa progresía nos fue despojando de la autoridad hasta reducirnos a meros comparsas. En eso, me cagüen la puta, siempre tuvieron razón los reaccionarios. Y las reaccionarias, sí. Hemos pasado de enseñar a cuidar, de guiar a pastorear, de inculcar a obedecer. Ya nadie nos respeta ni nos hace ni puto caso. Nos hemos convertido en monitores de tiempo libre. Con vacaciones muy largas y sueldo fijo, eso sí. Pero monitores. Aparcaniños. Gorrillas con título universitario. Hemos perdido el aura de antaño. Ahora los valores los transmite la tele, y los conocimientos internet. Sobramos. Y en caso de duda, los padres -y las madres, sí- imponen su letanía. 

La escuela ya es el hogar extendido. El universo expandido. Los hogares son cada vez más pequeños en metros cuadrados, pero han creado colonias más allá de sus fronteras. Las leyes educativas nos obligaron a bajar los puentes levadizos. Tuvimos que rendirnos. Los profesores -y profesoras, sí- somos ciudad reducida y ejército conquistado. Vasallos que dicen amén para sobrevivir. Súbditos de clase media. Y los chavales -y las chavalas, sí- lo saben. No son tontos. Pueden sacar mejores o peores notas, pero no son tontos. Eso es otra cosa... Huelen nuestra debilidad y campan por sus respetos. Se han hecho fuertes y patrullan el fortín.

Gracias a los roussonianos de buen corazón -como esta gilipollas de la película- nos hemos degradado a canguros, a cuidadores, a veces a payasos. Los colegios son centros de día, ludotecas con libros, campamentos para invernar. Pero ya digo que también nos lo tenemos merecido: aquí cualquier cenutrio -y cenutria, sí- aprueba una oposición. Fallan los filtros. O los joden adrede desde arriba. Hay una planificación malvada en todo esto. Tampoco se nos escapa.