El peor equipo del mundo (documental)

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Como había leído que la película era muy mala decidí decantarme por el documental. El fútbol, cachis la mar, con la honrosa excepción de “The Damned United”, jamás ha tenido una película que esté a la altura de su grandeza. Aunque la película es insostenible y tonrorrona, los viejunos citamos siempre “Evasión o victoria” porque se nos cae la lágrima recordando a Pelé marcando el gol de chilena y a Rambo parando el penalti decisivo.

(El fútbol y el cine son como el semen y el agua: dos fluidos vitales que nunca terminan de mezclar bien).

El peor equipo del mundo, allá por el año 2011, era la selección de Samoa Americana, un país que yo ni siquiera sabía que existía. Los futboleros conocíamos la historia gracias a un “Fiebre Maldini” emitido por Canal +, pero pensábamos que se trataba de Samoa A Secas. O sea, de Samoa. Pero no: existe otra Samoa aún más raquítica en lo futbolístico donde los polinesios comen hamburguesas y llevan las gorras vueltas del revés.

En el año 2001, en un partido de clasificación para el Mundial, los samoano-americanos perdieron 31-0 contra Australia y cayeron al último puesto del ránking FIFA. Durante más de una década intentaron levantarse apelando al orgullo guerrero y a otras zarandajas por el estilo, pero eso no les bastó porque eran muy malos, estaban muy gordos y además eran muy pocos. Con apenas 40.000 habitantes dedicados a otros menesteres no se puede sostener una selección que compita con un mínimo de garantías.

Así que en el año 2011, enfrentados a la vergüenza de afrontar otra fase de clasificación, llamaron al Tío Sam para pedir ayuda y éste les envió a un holandés llamado Thomas Rongen que en dos semanas levantó no un campus de fútbol, sino un campo de concentración. Con Rongen se acabó el bebercio, el fumeque, la indisciplina. Todo Dios a la báscula y a dejarse los cojones en el campo. Horarios fijos, disciplina táctica y gritos desde la banda. 

Los samoano-americanos, al principio, flipaban. Pensaban que les había bajado un nazi por las escalinatas del avión. Pero claro: nadie hubiera rodado un documental sobre aquel choque cultural sin un happy end en lontananza...