Los anillos de Pau

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Al principio, como buen madridista, yo odiaba mucho a Pau Gasol. En el año 2000 el tal Pau apareció en el Barça con su físico de Fido Dido y su habilidad de hechicero y nos pusimos todos a temblar. “Con éste chaval van a ganar las próximas diez copas de Europa”, pensábamos acojonados. Porque además Gasol tenía algo de lunático en la mirada: una especie de fijación enfermiza por la victoria. 

Pero su influjo maligno sólo duró una temporada de cielos de ceniza. Al verano siguiente, un par de ángeles lo secuestraron en Barcelona y se lo llevaron a la NBA para que dejara de amenazarnos. La verdad es que el chaval era la hostia de bueno... Cuando firmó por los Memphis Grizzlies todo el madridismo suspiró aliviado. Los sismógrafos registraron un terremoto en la Península que fueron nuestros saltos de contento.

A partir de ahí los madridistas nos hicimos muy fanáticos de Pau Gasol. Al principio por puro egoísmo, porque queríamos que triunfara en la NBA para que no regresara jamás, pero luego ya de un modo más desinteresado, porque cualquier jugador europeo que ponía una pica en Flandes, o en Tennessee, era un soldado de los nuestros. Pero en Memphis Gasol se apagaba, no lograba grandes éxitos deportivos, y un verano terrible en el que amagó con regresar aparecieron otro par de ángeles -contratados, precisamente, por Los Ángeles Lakers- para volver a secuestrarlo y ponerlo mucho más lejos de Barcelona, en lo aspiracional y también en lo geográfico.

El resto ya es historia: Gasol se convirtió en el líder del equipo junto a Kobe Bryant, y tras un primer revolcón que les dieron en el Boston Garden ganaron dos títulos consecutivos que los madridistas celebramos incluso con más fervor que los culés. Gasol ya era uno de los nuestros. Una bomba desactivada. Y además un tipo muy majo, señorial en la cancha y ejemplar ante los micros. Ahora le ves trajeado de señor mayor, con su esposa rubísima y americanísima, y te lo imaginas hasta de candidato a la Casa Blanca o algo parecido. Esperemos que nunca aspire a la presidencia del Barça. Sería, para las gentes de bien, una disonancia cognitiva de 2’15 cms. de envergadura.