The Queen

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Si hacemos caso de lo que cuentan Stephen Frears y Peter Morgan en “The Queen”, Tony Blair, el día que compareció por primera vez ante la reina de Inglaterra, se cayó del caballo republicano como san Pablo se cayó del caballo damasquino y se convirtió a la fe verdadera de la monarquía. “Tony, Tony, ¿por qué me persigues?”, le dijo al parecer la reina Isabel. Y Tony, deslumbrado por su luz, y seducido por su palabra, dejó de perseguirla para convertirse en el paladín de sus privilegios ancestrales.

Yo pienso, sin embargo, que Tony Blair ya era así de lameculos y hasta entonces sólo disimulaba. Y que además disimulaba como un actor cojonudo de las tablas del West End. ¿El premio Tony, para Tony...? Al electorado -por eso se llama electorado- se le puede engañar con pasmosa facilidad, pero engañar a tu propia esposa, que llega contigo media vida y llega al número 10 de Downing Street pensando que vas a dejar a la familia real tiritando con medidas draconianas, es un arte que sólo dominan los truhanes de nacimiento y los trapaceros sin escrúpulos. Y Tony, me temo, era, y es, un político perteneciente a esa calaña. 

Tony Blair también fingió ser laborista y luego ya ves: empezó con aquello de la Tercera Vía para acabar donde acaban todos los traidores al proletariado: compartiendo cuchipandas con los esclavistas y los explotadores. Tony Blair empezó siendo la esperanza del socialismo y el azote de los Windsor y terminó siendo el mayordomo de la reina Isabel y el bufón de George W. Bush mientras el viento de las Azores les despeinaba los flequillos.

Yo hubiera entendido lo de Tony Blair si la reina de Inglaterra hubiera sido como la reina de España. La de ahora, digo, Leticia Ortiz, que podría cortocircuitarte con su belleza y llevarte por el caminito de los borregos. A mí, al menos, me pasaría. Leticia me pone mucho y no me importa confesarlo. Yo soy un republicano de tres colores irrenunciables, pero si un día fundara un partido bolchevique y el pueblo me eligiera para asaltar el Palacio de la Zarzuela, sé que tardaría apenas tres segundos en traicionarlos a todos por el amor -ni siquiera correspondido- de esa mujer inigualable




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