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El día de la bestia

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“El día de la bestia” ya forma parte de nuestro entramado neuronal. De momento, hasta que vengan otras generaciones a jodernos la marrana y a sumirnos en el olvido, es una película inmortal. No sé si buena o mala: solo digo que inmortal. 

Cuando alguien la menciona te vienen a la cabeza las imágenes imborrables y los diálogos antológicos: “Soy satánico, ¡y de Carabanchel”; “Sí, padre, yo peco la hostia”; "Hace de Cé"... Qué recuerdos. Qué chanzas con los amigotes. Santiago Segura en su “prime". Todo lo suyo que vino después -salvo algún chiste afortunado del primer Torrente- ha sido decadencia y mercantilismo calculado. Una pérdida incalculable.    

Treinta años después de la venida fallida del Anticristo, yo caminaba por la Gran Vía de Madrid bajo el anuncio luminoso de la Schweppes y recordé, como en un acto reflejo, que allí, en el edificio Capitol, o en el estudio que lo recreaba, estuvieron colgados el padre Berriatúa, Jose Mari el rockero y el profesor Cavan del Chichinabo. Los tres Reyes Magos del Anticristo... Recuerdo que hice una foto nocturna para el Instagram y como único comentario puse “666”. Nadie la entendió, o al menos nadie le dio al like. También es verdad que mi cuenta es un sistema muy alejado del centro de la galaxia. 

El último día de mi turisteo por Madrid decidí ir caminando hasta la estación de Chamartín. Y en el camino, claro, me topé con las torres KIO, que oficialmente son la "Puerta de Europa" porque Castilla no es Europa pero sirve de antesala. Y recordé que allí detrás, en una obra que ahora estará sepultada bajo otras diez innecesarias, nació el anti-Dios que fue sacrificado casi de inmediato por el mismo Diablo que lo engendró. En eso, la verdad, “El día de la bestia” siempre ha sido una peli muy confusa. Rematada casi con desgana. 

El Anticristo, al final, era la Anticrista, y ya tenía 16 años cuando el padre Berriatúa vendió su alma para encontrarla. Se ve que llevaba muy equivocados los cálculos de la Cábala. Y en esas estamos, al borde del fin del mundo, como pronosticaba la película, con la Anticrista viviendo en un ático y los cayetanos poniendo orden en las aceras.  





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Los años bárbaros

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Hace un mes afirmé en estos escritos que Marie-Josée Croze era la actriz más guapa que había visto jamás. Creo que hasta hice un juramento y todo... Sus escasos minutos en Múnich convalidaban la visión de diez ángeles enviados por el Cielo. Si hay que morirse para contemplar la idea de la Belleza, así, en abstracto, como predicaba Platón a sus conciudadanos, Marie-Josée es como un anticipo carnal del Más Allá. La sombra mejor perfilada en la caverna del filósofo...  

Pero hoy, porque soy así de veleidoso y de enamoradizo, he de romper mi juramento para rejurar sobre la re-Biblia, o sobre Los ensayos de Montaigne, que son mi libro de cabecera, que Allison Smith es la mujer que yo sin duda me pediría para pasar el resto de mi vida, si yo fuera el primero a la hora de elegir, claro, y ella, por supuesto, aquiesciera o aquiesciese con mis múltiples defectos.  Es como si sus padres me hubieran leído el pensamiento a la hora de forjarla. Y eso que yo, por entonces, aún no había nacido... Pero así son, recordémoslo, los milagros.

Allison, en la película de Fernando Colomo, es una mujer bárbara en tiempos bárbaros. Bárbara de belleza, y bárbara de intrepidez. La película transcurre en los primeros “años de la Paz”, cuando todavía se fusilaba a mansalva, o se encarcelaba por hacer una pintada en la universidad. Los tiempos que Santi y Rocío sueñan cada vez que dan su cabezadita de la siesta... Pero ojo, porque los tiempos bárbaros pueden volverse corpóreos en cualquier momento. De momento,  las pintadas ya no se hacen en los muros, sino en las letras de los raps, y te cuestan igualmente la cárcel o el exilio. Fusilar, en democracia, no se fusila, pero al que afirma que le gustaría fusilar a 26 millones de rojos para limpiar España (sic) se le respeta, se le mantiene la pensión y se le deja seguir rebuznando. Por si cuela...

Mientras tanto, en un campo de tiro, un defensor de la patria, con asiento en el Parlamento, practica tiro con un fusil del ejército. Le han dicho que no baje la guardia, que puede amanecer en cualquier momento.





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