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La gran ilusión

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Ayer, con el amigo de La Pedanía, en esa conversación ya más profunda que siempre espumea tras la segunda cerveza, surgió la duda de cuál era el nombre de pila del padre de Jean Renoir. Ése es un poco el nivel de nuestra tertulia: por encima de la media nacional pero muy por debajo de cualquier foro que se diga culto de verdad. 

Sabíamos que el padre de Jean Renoir era el famoso pintor impresionista cuya obra - o parte de ella- está expuesta en el Museo d’Orsay de París. Ese museo, precisamente, que yo no pude visitar cuando estuve por allí y que mi amigo sí vio en su juventud pero rodeado de retoños que más bien le distraían. Ya digo que ése es un poco nuestro nivel: turismo cultural a la remanguillé, improvisado, un poco a lo que va surgiendo porque siempre vamos cortos de efectivo o escasos de calendario, o con malas compañías que nos desvían del recto camino del saber.

¿El pintor era Antoine, René, François...? Se dijo de todo pero no se acertó en nada. Sabíamos lo que no era pero no atinábamos con lo que sí era. Así que al final, derrotados, tuvimos que acudir a la Wikipedia para darnos un manotazo en la frente casi al unísono y exclamar: “¡Joder, claro, Pierre-Auguste!”. 

- A mí me sonaba lo de Pierre, ya ves tú.

- Pues a mí lo de Auguste, es curioso.


La culpa la había tenido yo, que en la primera caña comenté que venía de ver  “La gran ilusión” y me había quedado dormido un poco antes de la mitad, derrotado por su propuesta y acusado de deserción por el ejército. Donde la crítica lleva casi un siglo viendo un canto al honor y a la amistad, yo, en “La gran ilusión”, sólo había visto un campo de concentración como salido de los “Los payasos de la tele", uno muy raro donde los prisioneros vivían mejor que sus carceleros. 

La I Guerra Mundial de Jean Renoir es como festiva, o de chichinabo, para nada aquella matanza nauseabunda que nos contó Stanley Kubrick en  “Senderos de gloria”: una verdadera obra maestra llena de militares asquerosos y de soldados asustados.




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El crepúsculo de los dioses

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En mi recuerdo, Norma Desmond era una vieja pelleja que perdía la chaveta. Una gloria del cine mudo que echaba pestes del cine sonoro y se refugiaba en su mansión para contemplar sus propias películas, de cuando era más joven y actuaba solo con los ojos y con las muecas. 

Los cinéfilos de provincias ahora estamos muy preparados y sabemos que la vida ficticia de Norma Desmond es una versión muy exagerada de la vida real de Gloria Swanson, que en 1950 ya era un fósil viviente de Hollywood. Cuentan que Billy Wilder le hizo pasar por la humillación de presentarse a un casting para hacerse con el papel, ella que era Norma, y Norma que era Gloria, simplemente por marcar el territorio. 

Sin embargo, al consultar la biografía de Gloria Swanson, he pegado un bote del susto: la “vieja pelleja” que yo recordaba solo tiene 51 años cuando compra los favores sexuales de William Holden. Y 51 años son los que voy a cumplir yo mañana mismo... ¿Quiere eso decir que yo también soy un viejo pellejo? No me sorprendería. De hecho, la piel se me va apellejando por diversos lugares que aquí no voy a confesar. ¿Quiere eso decir que yo también podría comprar los favores sexuales de una jovencita ávida por medrar? Pues mira, eso no, porque ni  necesito los favores, ni tengo dinero, ni tengo ninguna prebenda literaria que ofrecer. En todo caso, dado mi escaso éxito literario, tendría que ser yo quien se ofreciera a una influencer sexagenaria que me introdujera en las tertulias del Café Gijón, a fabricarme un nombre y una reputación. 

“El crepúsculo de los dioses”, por lo demás, es una película para presumir mucho de cinefilia. Aunque no sé con quién la verdad, en este valle tan poco clásico de La Pedanía. Ya digo que en provincias, desde que se inventó la radio y llegan las revistas -y más tarde nos llegó el prodigio de internet- cada vez estamos más preparados y no tenemos nada que envidiar a los culturetas de Madrid. Nos sabemos todas las preguntas del Trivial: lo de Sunset Boulevard, lo de Buster Keaton, lo de Erich von Stroheim... ¿Famosa película narrada por un muerto? Bah, chupado.  




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