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Álex es un guionista en crisis que decide tomarse unos días de respiro en el Pirineo catalán, a ver si allí resulta más reconocible para las musas de la escritura, que al parecer, con tanto tráfico, y tanta polución, y tanto artista creativo como pulula por Barcelona, no acaban de encontrarlo para descender sobre su cabeza.
Álex es un guionista en crisis que decide tomarse unos días de respiro en el Pirineo catalán, a ver si allí resulta más reconocible para las musas de la escritura, que al parecer, con tanto tráfico, y tanta polución, y tanto artista creativo como pulula por Barcelona, no acaban de encontrarlo para descender sobre su cabeza.
En el Pirineo vive su amigo Santi, un veterinario de vacas y ovejas que se ha construido una choza por la que muchos mataríamos, y robaríamos, y nos dejaríamos hacer ciertas cosas, allá en los límites de la civilización donde sólo llegaba el Mistubishi Montero que un día encontró al abuelo de Majaelrayo.
Pero los dioses son caprichosos, y juguetones, y cuando se aburren de sus propios asuntos, ponen su mirada en algún mortal atribulado. En Ficción, para reírse un poco del pobre Álex, le hacen coincidir en su monacato provisional con Mónica, que es una mujer preciosa -y una violinista precisa- que ha sido invitada a pasar unos días en casa de Judith. A los dos les basta una mirada para enamorarse, y una sola conversación para saber que su amor será imposible. Mónica está casada y permanece fiel bajo cualquier circunstancia. Hace unos años sí se hubiera llevado a Alex al huerto ecológico, pero ahora es una mujer madura y responsable. Y Álex, que a veces nota la duda en su mirada, que podría insistir para forzar un poco la situación, recuerda en cada beso denegado, que tiene un hijo de meses que ha nacido allá abajo, en Barcelona, para redimirlo de sus faltas.