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Ahora mismo, la comidilla entre la cinefilia más gafapasta es que el hermano listo de los Coen era finalmente Joel, y no Ethan, porque Ethan es el perpetrador de esta comedia sin gracia ni sustancia. “Dos chicas a la fuga” es una road movie al estilo Cohen que podría haber sido, qué sé yo, una de los hermanos Calatrava, o de los hermanos Cadaval, buscándole un dildo a Omaíta. Incluso las películas de los hermanos Farrelly, tan averiadas e imperfectas, tenían más chicha y argumentos para provocar.
También es verdad, como decía Chiquito de la Calzada, que una mala tarde la tiene cualquiera, y yo estoy por subrayar estas palabras juiciosas del maestro malacitano. Prefiero pensar que lo de Ethan Coen, en comandita con su señora, coescritora del guion y cómplice de sus soplapolleces, ha sido una tontuna pasajera y un divertimento casi familiar, de domingo por la tarde mientras llovía tras la ventana. Me niego a creer que Ethan Coen sea un mentecato permanente, el hermano tonto que siempre apareció junto al hermano listo en los títulos de crédito para que nadie pudiera distinguirlos. De hecho, en nuestra monarquía, tuvimos -y seguimos teniendo- una infanta de España que por mucho que apareciera junto a su hermana en los actos oficiales no tenía disimulo posible. Hay veces que ir con el listo -como cuando vas con el guapo- no sirve de disimulo, sino de trágico contraste.
“Dos chicas a la fuga” sería una suprema estupidez y no una estupidez a secas si sus protagonistas no fueran dos lesbianas guerrilleras y una de ellas no llevara la belleza prestada por los genes de Margaret Qualley. Toda la gracia del asunto reside en que son dos mujeres echadas p’alante que llevan su condición sexual sin ningún tipo de complejos, adentrándose en el territorio enemigo de los estados republicanos. Corre el año 2024 y no acabo de entender dónde está la provocación o la reivindicación. Los convencidos de la tolerancia ya comparecemos convencidos ante la pantalla, y los que no, los fachas recalcitrantes, ya no tienen cura posible.