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El eternauta

🌟🌟

Si a ellos les da igual, a este espectador le pasa tres cuartos de lo mismo: no me altero, no me emociono, paso los diálogos con el mando a distancia para llegar pronto a la chicha de los tiroteos. Es vergonzoso y lo sé, pero jopelines... A los argentinos de “El eternauta” les llega el fin del mundo y es como si estuvieran de luto por una derrota de su equipo. No más. Yo he visto a gente más traumatizada en el Monumental de River o en la Bombonera de Boca cuando recibían un gol del equipo contrario. Los eternautas están tristes, sí, pero nunca entran en histeria o se desesperan. 


- ¡Anselmo, no, no salgas a la calle sin protección...!


(Muerte instantánea de Anselmo, que era un amigo de toda la vida)


- ¡Será boludo! Mirá que se lo dije... (intento infructuoso de llorar)  Bueno, el muerto al hoyo y el vivo al bollo. ¿Te quedá un poco de mate por ahí?


En el fondo yo les entiendo. Los argentinos deben de estar hasta los cojones de todo. Desde que tengo uso de razón siempre les he conocido metidos en alguna crisis irreparable. Así, a vuelapluma, recuerdo la dictadura militar, la guerra de las Malvinas, el corralito financiero, la inflación galopante, la muerte de Maradona, la motosierra de Milei... Salen de una solo para terminar en otra. Para ellos, el fin del mundo no es más que la consecuencia lógica de su historia; el argumento muy previsible del último capítulo de su telenovela.

Dentro de la misma serie, los supervivientes tienen que enfrentarse a una nieve tóxica, a una plaga de cucarachas gigantes y a una invasión de los ultracuerpos en versión sudamericana. Un puro sinvivir, dentro del sinvivir definitivo.  “El eternauta” podría ser, de hecho, una alegoría de la vida ya casi rutinaria de los argentinos: una lucha encarnizada por la existencia y luego, por la noche, o en el descanso de la batalla, una cháchara continua sobre la tragicomedia de vivir.





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Puan

🌟🌟🌟

La filosofía no sirve para nada. Es pura palabrería. Se estudia filosofía para ser profesor de filosofía y nada más. Es un círculo vicioso. Un modus vivendi. Sólo atrae a los alicaídos y a los soñadores. Al que le pela la filosofía pues eso, se la pela. Nada va a entrar en su mollera. El 90% de los alumnos son piedras impermeables al agua, y el otro 10%, el que se hace las grandes preguntas, termina confundido y mareado. Porque las respuestas están en la ciencia, y no en los filósofos. 

Descartes, Platón, Kant, Spinoza... Nadie se salva. En el fondo no dicen más que majaderías. Pero no es culpa suya: ellos no tenían ni idea de lo que era un gen, una sinapsis, un hombre venido del mono... Un libro de ciencia del siglo XXI vale más que todo Aristóteles recopilado. Los filósofos se distinguen muy poco de los predicadores. La metafísica es un campo de juego en el que todo vale. Se puede afirmar cualquier cosa y se pude desdecir cualquier argumento. Todo consiste en retorcer el lenguaje. Nadie escucha ya a los filósofos, ni los instruidos ni los pelanas. Sólo si eres un filósofo tan guapo como Leonardo Sbaraglia en la película; pero por ser guapo, no por ser filósofo.

¿Sería yo, por tanto, tan salvaje como ese indeseable de Javier Milei, que ha prometido terminar con los programas educativos que no sean “productivos”? “Puan”, rodada en 2023, ya nos advierte de este majadero psicotizado. A los neoliberales les sobra cualquier persona que no sea un emprendedor o que no trabaje por cuatro dólares para un emprendedor. Vencedores y vencidos. Es una sociedad muy simple y no hay que razonar demasiado. ¿A quién cojones le importa la diferencia entre el ser y el existir cuando vives en la opulencia o chapoteas entre la mierda? La filosofía es una nadería, un ejercicio mental no más instructivo que los sudokus o que los crucigramas. Pero su estudio es el síntoma de que nuestras sociedades todavía pueden entregarse a placeres irrelevantes y epicúreos: el puro devaneo de la mente. Los sectores no productivos -hay mogollón- son los que miden la salud del sistema. Cercenarlos es reconocer que andamos muy jodidos. 





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