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Love, death & robots. Temporada 1

🌟🌟🌟🌟


Love, death & robots... Amor y muerte... Eros y Tánatos... Los dos dioses que rigen nuestro destino, según el abuelo Sigmund de Viena. Y según Woody Allen, que desarrolla este binomios en todas sus películas, con personajes zarandeados entre el deseo y el miedo a morir. Amor y odio es lo que llevaba Robert Mitchum tatuado en su dedos, love and hate, mientras predicaba el terror en La noche del cazador. Amor, y miedo, y muerte...

Y no hay mucho más, la verdad: corazones y calaveras. La concepción y el fallecimiento; la búsqueda y la rendición. En cualquier origen está el polvo, y en cualquier desenlace, el polvo que vuelve al polvo. Y entre medias, la literatura, la floritura, los artes barrocos, como cantaba Javier Krahe. Pasatiempos. La cháchara que nos entretiene hasta que llegan los momentos culminantes, donde uno se juega el pellejo, o se afana en procrear un pellejo nuevo.

La vida es una pugna contra las leyes de la termodinámica, que tienden a disgregarlo todo en una nada mineral y sin conciencia. El silencio cósmico. Bill Shankly, que además de entrenador de fútbol fue un altísimo filósofo, añadió a este binomio primordial la pasión por el fútbol, que según él está más allá de la vida y de la muerte. Por encima de ellas, incluso, en trascendencia. Pero en fin: el de Shankly, aunque yo me lo creo, y lo subrayo todas las noches, es un evangelio difícil de entender, y más todavía de predicar a los gentiles, así que es mejor no airearlo demasiado. Sólo diré que existe un único dios verdadero y que es redondo, como un balón de fútbol, como escribió san Juan Villoro en otro evangelio de mucho aprovechamiento.

La serie de animación apadrinada por Tim Miller y David Fincher añade, al amor y a la muerte, los robots. Porque dentro de unos siglos, a más tardar, con tanto amor desamorado y tanta muerte consumada, aquí ya no quedará ni el Tato. Sólo ellos: los cacharricos, recogiendo la basura, y tratando de entendernos. A nosotros, sus creadores.



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Deadpool

🌟🌟

Wade Wilson es un exmilitar que trabaja como soldado de fortuna para una empresa de mercenarios. Como el Equipo A, vamos, solo que en plan llanero solitario, y además en régimen de empleado, y no de autónomo, sin poder elegir libremente sus objetivos.

    Wade Wilson, además, no es humano del todo, como sí lo eran aquellos extolais del Vietnam que estaban tan mal de la cabeza. Wilson es mitad hombre y mitad mutante, y el profesor Xavier, el general manager de los X- Men, le tiene echado el ojo desde hace tiempo. Lo que sucede es que las células todopoderosas de Wilson no terminan de dar el salto, de apoderarse del organismo, y sólo cuando sufra un cáncer, y decida someterse a una terapia radioactiva experimental, los genes que hasta entonces permanecían mudos en los cromosomas empezarán a expresarse, a traducirse en proteínas, y convertirán su cuerpo en una verdadera máquina de matar, y de soltar gilipolleces por la boca. Algunas graciosas y otras no, como los pimientos de Padrón.



    El superpoder de Deadpool reside en la capacidad vertiginosa de sus células para reponer cualquier tejido dañado. Lo que impide, en la práctica, que caiga muerto en las trifulcas con los malos. Habría que partirle en mil trozos, o enviar su cabeza al Polo Norte y el resto del cuerpo a Sebastopol. El superpoder está chulo y tal, yo no digo que no, y permite que el CGI de la película nos deje con la boca abierta reconstruyendo miembros y cerrando heridas como boquetes. Pero ya está muy visto. El otro día, sin ir más lejos, en El ascenso de Skywalker, Rey y Kylo Ren e imponían sus manos sobre las heridas y se dejaban como nuevos con la ayuda de la Fuerza.


    Me aburro con estos superpoderes tan trillados. A mí, lo que me molaría de verdad, es tener el don de la telequinesia. Como los chavales  de aquella película que sí era interesante de verdad, Chronicle. A mí me gustaría, con un solo golpe de ceja, ups, tirar de la silla al pesado que da voces en la terraza del bar y no me deja concentrarme en la lectura; descabalgar de la moto al cabronazo que pasa a mi lado con el tubo de escape recortado; levantar la mierda de un perro en el aire y estampársela en la cara del dueño que no ha hecho nada por recogerla.  Maldades así, de andar por casa, la mar de prácticas. Que no dan, ay, para una película del mainstream.



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