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La sal de la Tierra
narra la vida y las andanzas del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, al que
Wim Wenders conoció hace años y ahora dedica este retrato conmovedor, narrado
en primera persona por el propio Sebastião, que ahí sigue, vivito y coleando, ya
retirado de la aventura en su granja repoblada de la selva amazónica.
Sebastião, en su juventud, estudió para economista, y realizó sus primeros trabajos para organizaciones que se dicen benefactoras de la
humanidad pero sobrevuelan los países pobres como buitres al acecho. Sebastião
iba para esbirro de los explotadores, para evangelizador del liberalismo, pero
junto a su esposa Lélia tuvo una revelación, y camino de África, que no de
Damasco, se cayó del caballo y decidió dedicarse a la fotografía para denunciar
el mundo del hambre, de la miseria, de la explotación del hombre por el hombre.
Un rojo muy peligroso al que los militares brasileños, entonces en el poder, mantenían
exiliado en París para no corromper el feudalismo carioca de los terratenientes.
Sebastião viajó por el mundo durante años, con el culo siempre
inquieto y la cámara siempre presta. Retrató las miserias de Sudamérica, las hambrunas
del Sahel, las matanzas de Ruanda, las barbaridades de la guerra de Yugoslavia.
Vio morir a niños de hambre, a mujeres de cólera, a hombres de machetazos. A
europeos hechos y derechos alcanzados por los disparos de un francotirador. Con su apariencia de Jesucristo moderno, con el cabello
rubio y la barba neotestamentaria, Sebastião
tuvo que hacer milagros para esquivar la muerte varias veces. Después de dar tumbos durante treinta años terminó asqueado del
género humano.
"Somos un animal muy feroz. Somos un animal
terrible, nosotros, los humanos, sea aquí en Europa, en África, en
Latinoamérica... Donde sea. Nuestra violencia es extrema. Nuestra historia es
una historia de guerras. Es una historia sin fin, una historia de represión,
una historia de locos."