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Maps to
the stars es el nuevo tratado de
David Cronenberg sobre el alma podrida de los seres humanos. Su filmografía
entera es un recorrido por las basuras interiores que no podemos reciclar: los
traumas de la infancia, la taradura de los genes, las desgracias de la vida...
Se nos acumulan las bolsas de mierda, y nos volvemos hediondos por dentro, y
tristes por fuera. O coléricos, si la frustración estalla. O depresivos, si la
rabia implosiona. Ninguna película de Cronenberg termina con un canto a la
esperanza, con una banda sonora que cante a la felicidad. No hay cura posible
para sus personajes. Los desdichados que caen en sus manos nacen condenados
desde las escenas iniciales, y siempre dan algo de pena, algo de cosilla, aunque
luego, en este mundo cronenbergiano de excesos y salvajadas, se revelen como
unos hijos de puta nada recomendables.
Los
neuróticos que pueblan Maps to the stars son
personajes del mundillo hollyvudiense capaces de cualquier cosa por medrar, por
triunfar, por tener las letras más grandes en los títulos de crédito. Una
gentucilla que luce muy bien en las fotografías y en las alfombras rojas, pero
que luego, en sus salones, en sus cuartos de baño, son mezquinos y vengativos
como cualquier espectador que asiste a sus tribulaciones. A estos tipos ya los
conocíamos de otras películas, pero en Maps to the stars, gracias a la mala uva
de David Cronenberg, nos resultan especialmente desagradables y sucios. Unos, porque Julianne Moore o John Cusack son actores cojonudos que esconden mil
registros en las mangas, y otros, porque Mia
Wasikowska o Evan Bird ya tienen de
por sí unos jetos extraños e inquietantes.
También sale, en Maps to the stars, esta actriz de
belleza inconcebible que es Sarah Gadon. Ella es el fantasma nocturno que
atormenta al personaje de Julianne Moore. Su piel blanquísima flota en las
tinieblas de la noche. Su perfidia crece en el territorio de
las pesadillas. Sarah es el personaje más terrorífico de la
función. Siendo tan guapa y tan mala, provoca en los hombres un miedo
instintivo y primitivo. Cagadito y enamorado, me quedé.