Mostrando entradas con la etiqueta Jon Voight. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jon Voight. Mostrar todas las entradas

Deliverance

🌟🌟🌟🌟

Deliverance es la historia de cuatro pijos de Atlanta -empresarios de mucho éxito en lo suyo- que deciden pasar el fin de semana haciendo eso que ahora todo el mundo dice practicar en Tinder, para quedar de intrépidos aventureros, o de intrépidas findesemanistas: un descenso en canoa por aguas montañeras que de vez en cuando salpican la cara y mojan el chaleco salvavidas. La última moda del ligue, que ahora llaman rafting, además, para fardar de nivel medio inglés, los usuarios, y las usuarias…

    Los cuatro amigos han decidido bajar por el río Chattooga a modo de homenaje a sus aguas bravas, pues dentro de poco la modernidad va a construir allí un embalse del plan Badajoz que anegará los paisajes y desencabritará las corrientes. A ellos, como a casi todo el mundo, les gusta la naturaleza salvaje, la casi intocada por el hombre, pero tampoco van a renunciar a la electricidad que surgirá del esfuerzo hidroeléctrico, y que alimentará sus cachivaches domésticos del año 1972. Será un ejercicio de remo, sí, pero también un ejercicio de cinismo medioambiental, que todos seguimos practicando en la actualidad con mayor o menor conciencia. Y que santa Greta Thunberg nos perdone…



    El tramo salvaje del río Chattooga transcurre por el lejano condado de Paletolandia, y cuando los cuatro amigos de la “capi” aparcan sus bugas en la gasolinera y estiran las piernas antes de desatar las canoas, aprovechan para reírse un poco del personal que toca el banjo y mastica los tallos de las gramíneas. Gentes emparentadas con el Cletus de Los Simpson que han sufrido la devastación genética de la endogamia, tan arraigada en los montes Apalaches que a quien no le falta un verano le falta un hervor, o un buen tramo de la dentadura. Estos tipos -piensan los cuatros amigos comandados por Burt Reynolds- estarían para vender pañuelos en los semáforos, o limpiar los aseos de las oficinas, allá en la civilizada Atlanta. Pero se les olvida que están jugando en campo enemigo, y que cualquier equipo del montón, en su campo embarrado, rodeado de su gente, con el árbitro acojonado por la presión, es capaz de igualarle el partido a cualquier formación de profesionales prepotentes. Mientras las señoritas de la ciudad disfrutan de su descenso en canoa, ellos, los paletos, organizarán una partida de caza humana con sus escopetas de cazar conejos…



Leer más...

Heat

🌟🌟🌟🌟

Uno tenía el recuerdo de que Heat era una película plena de acción, trepidante y violenta. Pero lo es sólo a ratos. Policías y ladrones salen temprano a trabajar, se intercambian varios tiroteos muy profesionales -que diría el entrañable Pazos en Airbag- y cuando regresan a casa se encuentran una parienta enfurecida que les afea el mucho tiempo que pasan fuera del hogar. 

Las mujeres de Heat parecen muy sofisticadas porque son norteamericanas que siempre van vestidas de fiesta en su propia casa, y además son hermosas de caerse para atrás y no levantarse uno del suelo. Pero en realidad, si les pusieras una bata de boatiné y un rodillo de amasar en las manos, no serían muy distintas de aquellas ibéricas que en los cómics de Bruguera, o en las tiras de Forges, o en las películas tardofranquistas, esperaban al marido con el gesto torcido y la bronca preparada.

    Los maridos de Heat, que llegan a casa deshechos del tute que se pegan, a veces con la ropa ensangrentada y el susto todavía en el cuerpo, les explican con paciencia que su trabajo no conoce horarios ni días festivos. "Perdona, cariño, pero se nos enredó el atraco en el banco", o "Tuve que perseguir a esos cabrones hasta la frontera de Nevada", y cosas así. Lo normal sería celebrar que el tipo vuelve vivo, sin heridas, con la alegría de haber esquivado la muerte al menos dos veces en el día. Un polvazo de estremecida pasión sería el cierre lógico a tan bonito reencuentro con el superviviente. Pero en Heat -tal vez porque Michael Mann tiene un ramalazo misógino que carga las tintas y deforma los raciocinios- las mujeres se ponen muy farrucas y muy desafiantes cuando el marido llega a las tantas con pocas ganas de explicarse.

    En la famosa escena en la que Al Pacino y Robert de Niro se ven las caras en la cafetería, ellos, detective y ladrón, perseguidor y perseguido, no pierden el tiempo hablando de sus oficios contrapuestos, que mayormente ya conocen. La chicha de la conversación se les va en hablar de mujeres: de cuánto las quieren, de cuánto les exigen, de qué poco les comprenden. La triste confesión de dos tipos condenados a matarse que, durante diez minutos de tregua, se reconocen cofrades de la misma fatalidad.



Leer más...

Zoolander

🌟🌟🌟

El 27 de marzo de 2009, en otro foro de cinéfilos más concurrido que éste, un yo mismo que aún no transitaba la crisis de los cuarenta escribía estas cosas sobre Zoolander, la tontaca de Ben Stiller sobre el mundo de la moda y sus chanantes sujetos:

            "Es una peli, que si te la cuentan, sales huyendo. No tiene ni pies ni cabeza: es ridícula, absurda, gilipollesca. Sin embargo, cuando la ves en una noche tonta, acabas riéndote como un imbécil. Zoolander no es, desde luego, una comedia de Billy Wilder (y que los dioses me perdonen por introducir aquí su nombre), pero tiene el mérito incuestionable de ser una chorrada autoconsciente de serlo. La película no engaña a nadie, no va de proyecto interesante, se parodia cruelmente a sí misma. Y esa honestidad me llega al alma. Ben Stiller podrá ser obvio, zafio, bobo, pero no es, desde luego, ningún majadero que presuma de hacer comedias con mensaje. La escena del "duelo en la pasarela" es de lo más demencial y divertido que he visto en mucho tiempo".


            Ése era yo con treinte y siete tacos recién cumplidos. Casi un chaval que se reía por cualquier cosa. Que le sacaba zumo incluso a una película tan lamentable como Zoolander. Un cinéfilo mucho menos exigente que el que ahora se adueña del sofá, que tiene más canas y más kilos, y se ríe haciendo esfuerzos con los labios. Estos seis últimos años han sido como de vida perruna: cuarenta y dos, en realidad, si los multiplicamos por siete de los humanos. En los ochenta tacos, pues, me he puesto en un visto y no visto. Quizá por eso, anciano y medio gagá, con las pastillicas y la babilla, hoy no le he sacado ni una sonrisa con Zoolander. Ni con la famosa escena del "duelo en la pasarela", que parecía una cosa de Los Morancos haciendo el merluzo sobre el Puente de Triana. 

    O ha sido, tal vez, la derrota del Madrid en Turín, el enésimo Waterloo de nuestras huestes en los campos europeos, la que me ha tiznado el humor de negro, una suciedad de vergüenza que seguramente necesitaba un detergente más poderoso que éste de Ben Stiller y su alegre muchachada. 




Leer más...

Cowboy de medianoche

🌟🌟🌟🌟

Rescato, en estas vacaciones tan cortas como necesarias, varios DVDs que tenía pendientes de revisión obligatoria, o de estreno tardío. Pero no estoy en el salón de mi casa, en La Pedanía, donde tengo un reproductor que reproduce lo que le echen, sino que estoy en León, con la familia, de navideñeo, y mi ordenador portátil es un exquisito, y un burro, y un cacharro que nunca entenderé. Cuando le pongo las películas que me traje en la maleta,  empieza a hacer ruidos raros, como de tos de abuelete, como de moto gripada, y los programas encargados de rescatar la película fallan uno detrás de otro. Error, vuelva a intentarlo, imposible acceder... Son DVDs que hace tiempo grabé sobre soporte virgen, en el viejo reproductor-grabador que ya mora en el cementerio del reciclaje, y se ve que la tecnología moderna no reconoce el formato, o que le da la risa con mis tontos remiendos, y de la carcajada se congestiona, y deja de funcionar. 



   Sólo dos películas de las que quería ver fueron adquiridas en una tienda, y sólo ellas, como premio a mi legal dispendio, logran trasponer el umbral de lo visible: una, la Crazy, Stupid, Love del otro día, y la otra, Cowboy de medianoche, esta tarde. La película de Schelesinger es un clásico incontestable al que hace años le debía una revisión. Tantos años que su carátula todavía conservaba su delgadísima funda de celofán, con un precio desorbitado pegado por detrás que me ha hecho recordar los viejos tiempos de su compra, de cuando empezaron a venderse los DVDs en El Corte Inglés de León como una novedad ultratecnológica de los tiempos modernos, y a los dependientes se les escapaba la risa tonta cuando te cobraban en caja, sorprendidos de que algunos imbéciles, en esta ciudad de curas y paletos, de militares y gentes de paso, siguieran picando en la estafa abusiva de sus precios. Desde aquel tiempo delictivo dormía su sueño, el DVD de Cowboy de medianoche, en grave pecado de tardanza que aquí mismo confieso de rodillas. Y aún pensé, por un momento, antes de que el menú de inicio arrancara en la pantalla del portátil: ¿y si ahora resulta que el disco está escoñado, o defectuoso, o contiene otra película diferente? ¿A quién reclamo yo, tantos años después, sin ticket ni nada, en El Corte Inglés, para seguir con la broma y el cachondeo? 


Leer más...