Mostrando entradas con la etiqueta Milla Jovovich. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Milla Jovovich. Mostrar todas las entradas

Dazed and confused (Movida del 76)

🌟🌟🌟

Dazed and confused. Aturdidos y confusos. Por no decir bebidos y fumados. Así van los chavales y las chavalas del instituto. Parece que no ha pasado el tiempo desde mayo de 1976 porque ahora se llevan los cabellos más cortos, y los pantalones más holgados, pero los adolescentes que yo veo en mi villorrio, celebrando el último día del curso, se parecen mucho a estos que montaban sus movidas en Dazed and Confused. Ellos también se entregan con fervor al primer día del verano. Fogosos y hormonados; alegres y sin rumbo. Ellos también se las apañan para hacerse con unas cervezas en el súper, o en la tienda del barrio, o en el frigorífico de sus mayores, y siempre hay alguno, el más descarriado, que se agencia un porrete del hermano mayor y lo enciende entre el corrillo para que unos activos, y otros pasivos, aspiren el humo y se descojonen de la risa. 

Y así, con la tontería del alcohol y la maría, los chavales y las chavalas se miran, se rozan, se interrogan con la mirada. ¿Te gusto? ¿Te enrollas? Somos jóvenes y guapos; libres y ligeros. Qué sabemos nosotros de la enfermedad y de la muerte. Del trabajo y del destino. De la depresión y del ansiolítico. Si te gusto -y tú me gustas mucho, baby- no sé qué hacemos a la distancia de un brazo, separados y medio gilipollas. Bésame, tonto, o tonta, que yo ya te voy acariciando...

     Eso sí: aquí, en el villorrio, son pocos los que tienen coche para llevar detrás a los amigos, o a la novia convencida. Pero nuestros chavales sienten las mismas ganas de rular, de dar vueltas sin sentido, en busca del amiguete, de la gachí, de la anécdota que contar, y para ello se curran la moto, la bici, el autobús urbano. La zapatilla de deporte, incluso. Vienen y van toda la tarde, como en la película de Linklater, buscándose y rehuyéndose, haciendo círculos como bandadas de pájaros. Y así, posándose poco a poco cuando llega la noche, copan los parques que horas antes ocupaban los ancianos y las palomas. Algunas parejas, incluso, que han madurado antes, o han tenido más suerte en su corta vida, se aventuran por los montes más cercanos, y allí, en la revuelta más escondida, con vistas a la civilización, pillan cacho mientras se ríen de los compañeros del insti que todavía no follan: del friki, de la fea, del tolai, que a esas horas deambulan por los garitos más permisivos con la edad preguntándose si todas las noches de su vida van a ser iguales que ésa, tan promisorias al principio, y tan decepcionantes al final.


Leer más...

Zoolander

🌟🌟🌟

El 27 de marzo de 2009, en otro foro de cinéfilos más concurrido que éste, un yo mismo que aún no transitaba la crisis de los cuarenta escribía estas cosas sobre Zoolander, la tontaca de Ben Stiller sobre el mundo de la moda y sus chanantes sujetos:

            "Es una peli, que si te la cuentan, sales huyendo. No tiene ni pies ni cabeza: es ridícula, absurda, gilipollesca. Sin embargo, cuando la ves en una noche tonta, acabas riéndote como un imbécil. Zoolander no es, desde luego, una comedia de Billy Wilder (y que los dioses me perdonen por introducir aquí su nombre), pero tiene el mérito incuestionable de ser una chorrada autoconsciente de serlo. La película no engaña a nadie, no va de proyecto interesante, se parodia cruelmente a sí misma. Y esa honestidad me llega al alma. Ben Stiller podrá ser obvio, zafio, bobo, pero no es, desde luego, ningún majadero que presuma de hacer comedias con mensaje. La escena del "duelo en la pasarela" es de lo más demencial y divertido que he visto en mucho tiempo".


            Ése era yo con treinte y siete tacos recién cumplidos. Casi un chaval que se reía por cualquier cosa. Que le sacaba zumo incluso a una película tan lamentable como Zoolander. Un cinéfilo mucho menos exigente que el que ahora se adueña del sofá, que tiene más canas y más kilos, y se ríe haciendo esfuerzos con los labios. Estos seis últimos años han sido como de vida perruna: cuarenta y dos, en realidad, si los multiplicamos por siete de los humanos. En los ochenta tacos, pues, me he puesto en un visto y no visto. Quizá por eso, anciano y medio gagá, con las pastillicas y la babilla, hoy no le he sacado ni una sonrisa con Zoolander. Ni con la famosa escena del "duelo en la pasarela", que parecía una cosa de Los Morancos haciendo el merluzo sobre el Puente de Triana. 

    O ha sido, tal vez, la derrota del Madrid en Turín, el enésimo Waterloo de nuestras huestes en los campos europeos, la que me ha tiznado el humor de negro, una suciedad de vergüenza que seguramente necesitaba un detergente más poderoso que éste de Ben Stiller y su alegre muchachada. 




Leer más...