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“Seinfeld” se estrenó en España en 1998, y desde entonces
puedo asegurar que solo he conocido cuatro personas que hayan visto la serie. Y
cuando digo visto quiero decir seguido, perseverado, admirado. Cuatro personas
que entregaron su alma al diablo a cambio de la risa maliciosa. Sólo cuatro
almas gemelas, en 23 años... Cuatro gatos del callejón.
En verdad, cuatro malas personas, porque hay que ser mala
persona para quedarse enganchado a esta serie de personajes inmaduros, egoístas,
neuróticos y rastreros. Chalados, en ocasiones. Y encima reírte a carcajadas, y
presumir de que tu visión del mundo es más o menos así: una humanidad adolescente
y caprichosa; risible y deleznable. Jerry y sus amigos -predicamos a los gentiles- somos todos
nosotros pero despojados del disfraz de los adultos. Y ellos cabecean sin
creernos, y abandonan el sermón sin convencerse.
Las buenas personas no soportan el visionado de “Seinfeld”
más allá de un par de episodios: el primero por curiosidad, y el segundo para
vomitar. Lo sé porque me lo han contado varias de ellas, bienaventuradas y bien
pensantes. Ellos vieron “Seinfeld”, pero no comulgaron. Otros, todavía más puros,
ni siquiera eso: están los que conocen la serie sin haberla visto jamás, y
están -la mayoría, con toda La Pedanía incluida- los que jamás oyeron hablar del
tal Jerry ni de su panda de amigotes neoyorquinos.
De los cuatro gatos de mi cofradía, el más veterano es Pepe
Colubi, que es como el sumo sacerdote de este culto oscurantista. Otro es Juan Tallón,
el escritor, que el otro día en la radio explicaba que cualquier episodio en el
que aparezca George Costanza es canela fina y carcajada asegurada. La tercera gata
del callejón es una compañera de trabajo insospechada, todo mansedumbre y bonhomía
-o bonmujería- pero que esconde en sus adentros un alma pecadora y bituminosa.
De ella no será el reino de los Cielos, como tampoco lo será de aquella mujer
junto al mar que también idolatraba “Seinfeld” y en su orilla hacía su
apostolado. Será más difícil que todos nosotros pasemos por el ojo de una aguja
que un camello entre el reino de los Cielos, o algo así.
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