Inseparables

🌟🌟🌟🌟


Cuando decimos -con más o menos sinceridad- que elegimos a nuestras parejas por su belleza interior, hablamos, por supuesto, de la inteligencia, de la cultura, del sentido del humor, y no de la hermosura del intestino, o a la delicadeza del bazo. Del dibujo armonioso del estómago, cruzado sobre el vientre.

    Y es una pena, porque yo, que nunca fui guapo por fuera, y jamás alumbré las virtudes teologales, ni tampoco las cardinales, siempre fantaseé con ser muy bello por dentro, orgánicamente hablando. En la adolescencia, como eran recónditas y nadie las conocía, yo presumía de tener unas entrañas modélicas, de portada de revista: el tío más guapo del barrio si la piel fuera reversible, como el forro de los abrigos. Irresistible, si las mujeres me mirasen con la profundidad de los rayos X. Mientras otros más chulos fantaseaban con ligarse a las top models del futuro, yo hacía planes con la doctora que un día quedara prendada de mis adentros. Una que me recibiera en la consulta con la frialdad destinada a los transparentes, pero que poco después, tras conocer la belleza de mis cuevas, me pidiera el número de teléfono para tratar mi caso en la mayor de las intimidades, ya fuera del hospital.

    Hasta que una vez, en un arrechucho, un internista me dijo que tenía un páncreas más bien contrahecho, y un hígado más bien retorcido, y se terminó la fantasía de mis entretelas.

    Cuento todo esto porque en la película Inseparables este pensamiento gilipollas se hace realidad en el personaje de Beverly Mantle, que en su consulta ginecológica se enamora de sus pacientes no por su aspecto exterior, al que concede un valor relativo, sino por la formación singular de sus entrañas. Lo que le vuelve loco de las mujeres no son las piernas esbeltas, ni los pechos airosos, ni los ojos gatunos, sino la arquitectura de sus órganos reproductivos, que son el receptáculo de la vida.. Un romanticismo histológico que parece de tarado, o de depravado, pero que en realidad tiene su razón de ser, y hasta su cosa de enamorado. Es la otra belleza interior.