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Alrededor de Tony Wilson fueron muchos los que se elevaron
hasta el sol y luego se estrellaron contra el suelo en un hostiazo memorable.
Están, que yo enumere, los músicos drogados, los productores alcohólicos, los
representantes codiciosos... Los traficantes de éxtasis y las grupis
alucinadas. Los excéntricos y los imbéciles. Los tarugos que nacieron con
talento y los esforzados que nacieron sin el duende. Mozarts y Salieris. Punks que
molaban y suicidas que cantaban. Aprovechados e iluminados. La fauna completa del
Manchester musical, a la que Tony Wilson encerró en un zoo con música a todo
trapo por megafonía.
De la vida privada de Tony Wilson apenas se nos cuentan tres amoríos porque él -recuerden- es un personaje secundario dentro de su propia historia. Pero se nos cuenta todo, o casi todo, de su labor musical y evangelizadora. Su programa en Granada TV fue como “La edad de oro” de Paloma Chamorro en el UHF. Él vio tocar un día a los Sex Pistols en Manchester, en 1976, y a partir de entonces ya todo fue predicar la buena nueva, y las bienaventuranzas del pentagrama.
Hasta entonces, Tony se ganaba la vida entrevistando al friki de turno, o al tonto del lugar, como hacen los reporteros dicharacheros de España Directo. Pero luego, tras el sermón de la montaña, Tony se convirtió en el factótum de la vanguardia musical que creció a los pechos rebeldes del punk, aunque él siempre luciera gabardinas molonas y los cabellos engominado. Un pincel, que se dice.
Si nos atenemos al guion,
Tony no ganó ni un duro con estas aventuras de cazatalentos. Su lema era todo
por la música, y no todo por la pasta. Él fue, ciertamente, el apóstol
desinteresado de la Palabra. Es por eso que, en agradecimiento, el mismísimo Dios
le visita al final de la película para ponerse al día de lo que se cuece en el
pop-rock. Y justo entonces Tony Wilson hizo a Dios a su imagen y semejanza.
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