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Termino de ver la última temporada de “Seinfeld” y me
ratifico en declaraciones anteriores: esta es la mejor sitcom de la historia. No
las más perfecta, quizá, porque Larry David y Jerry Seinfeld tampoco aspiraban
a la cuadratura de la comedia. Ellos iban un poco a capricho, a golpe de inspiración,
y lo mismo sacaban episodios memorables que episodios prescindibles. Pero da
igual: nada superará esta tesis doctoral sobre la farsa de ser adultos y
responsables. ¿Adultos y responsables? Venga, hombre, hablemos en serio... Aquí
no se libra ni el apuntador. Hablo de los personajes de la serie y de los
espectadores en el sofá. Cualquiera de nosotros podría ser Jerry, o George, o
Elaine. Kramer ya no tanto, eso es verdad.
Pero antes de juzgar a los personajes de “Seinfeld”, yo os
desafío, queridos hermanos, a que el primero de vosotros que se considere
normal lance la primera piedra. Ellos, como nosotros, también se ganan la vida
y son amables con los demás. Tienen padres a los que quieren y policías a los
que respetan. Hacen carantoñas a los niños. Pero nosotros sabemos... Nosotros
les hemos visto por la mirilla cuando se juntaban en sus salones o en sus
dormitorios. O en el Monk’s Café, alrededor de sus platos combinados. Nosotros
les hemos sorprendido in fraganti cuando hablaban sin sentido. Cuando se
comportaban como niños. Cuando planteaban cosas absurdas. Cuando cotilleaban y
enredaban. Cuando juzgaban sin saber y anticipaban sin calcular. Cuando se mostraban
maniáticos y bobos, estúpidos y arrogantes. Imperfectos hasta la ternura. Y yo
digo que ay, que qué pasaría, si hicieran una sitcom sobre nosotros que les
vemos, sorprendidos en los momentos más imbéciles de nuestra existencia. En
esos instantes donde se descubre que ser adulto solo es un disfraz que nos ponemos
por la calle.
Porque tengo a buen seguro que en la intimidad todos somos así: adolescentes sin escuadrar, temerarios y muy simples. Medio listos como mucho. Inteligentes en momentos puntuales. Más bien estúpidos en general. Maravillosamente imperfectos, y estúpidamente egoístas.
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