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Yo sí creo, aunque vagamente,
en la resurrección de la carne. Pero no la que explican los curas católicos,
que es como una versión bíblica del “Thriller” de Michael Jackson: según él Apocalipsis, cuatro ángeles
tocarán la canción con sus trompetas, Jesús descenderá sobre la Tierra envuelto
en un halo de luz y los muertos saldrán bailando de sus tumbas a recibirle, procurando, eso sí, no menear demasiado el esqueleto por si se pierde algún
hueso por el camino. Jesús hace milagros, pero quizá necesite todas las piezas
para recomponer el rompecabezas. (Por cierto: ¿dirá unas palabras evangélicas y la carne retornará
de la nada a envolver nuestra estructura? ¿Tendrá que tocarnos uno por uno,
como en el sacramento del bautismo, o será una bendición urbi et orbi como las
que hace el Papa desde el balcón?)
Da igual... No creo en
esos cuentos infantiles que nos contaban en catequesis. Yo solo creo en la
resurrección de la carne que podrían practicar unos extraterrestres del futuro.
Como aquellos que llegaban a nuestro planeta al final de “Inteligencia
Artificial”. Solo en ellos deposito mi escasa fe: llegan con sus platillos volantes,
despliegan su equipamiento científico y nos reconstruyen uno a uno rastreando las
briznas de ADN. Supongo que nos resucitarán desde el principio, empezando de
nuevo como bebés en sus probetas. Pero qué son unos pocos años de crecimiento en comparación
con la eternidad que supone esperar en el limbo. Nada.
Ellos, los
extraterrestres de Steven Spielberg, son la única razón que explica que yo
todavía no me haya decantado al 100% por la incineración. Puede que tengan una
tecnología de la hostia, indistinguible de la magia, ¿pero serán capaces de reconstruirme a
partir de unas cenizas que a saber dónde andarán cuando ellos aterricen? No sé si
es más creíble esto o lo de Jesucristo. Soy un mar de dudas. Puede que ellos
mismos sean el Mesías anunciado en los evangelios, pero profetizados de una
manera muy rara y particular. Enterrarse te da una pequeña oportunidad de
resurrección, pero si lo piensas bien -y más después de ver “Ratas de
cementerio”- no deja de ser un asco de decisión.
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